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viernes, 10 de noviembre de 2017

El valor del sufrimiento


Por Marian Rojas Estapé, psiquiatra

El hombre necesita herramientas para superar las heridas y traumas del pasado. Los episodios que nos arrasan física y psicológicamente dejan su huella en nuestra biografía. La manera en la que uno se sobrepone y vuelve a empezar marca nuestra personalidad en muchos aspectos. La vida es un camino donde uno atraviesa situaciones de gran dificultad y sufrimiento y vuelve a empezar.
Todos hemos pasado por etapas donde percibimos que necesitamos una pausa o freno para reponernos, recuperar fuerzas o simplemente volver a intentarlo. En esos momentos se acumula la tensión, afloran sensaciones de agotamiento, de baja autoestima y uno se percibe más vulnerable que nunca. Pero, no hay que olvidar que las batallas las ganan los soldados cansados; las guerras los maestros de la fortaleza interior. Esa fortaleza interior se cultiva aprendiendo a dominar el yo interior, los pensamientos del pasado o inquietudes del futuro que nos atormentan y nos impiden vivir de forma equilibrada en el presente.
Ser feliz es ser capaz de superar las derrotas y levantarse después. El presente puede resultar en ocasiones una pesadilla. En algunos casos uno ansía huir hacia delante. En otros momentos uno se bloquea y se queda paralizado en algún recuerdo o evento pasado traumático. Sentarse en el pasado nos convierte en personas agrias, rencorosas; incapaces de olvidar el daño cometido o la emoción sufrida.
La felicidad es paz, equilibrio interior, estabilidad y madurez; en definitiva, alcanzar la plenitud de alma. Pensar que el equilibrio interior es algo inmóvil, inerte o pasivo es un error, ya que es un proceso lento pero dinámico. El equilibrio es, por tanto, aprender a mantener cierta paz interior, ecuanimidad y armonía a pesar de los mil avatares de la vida. Cuando uno supera los síntomas de tristeza, sufrimiento y dolor, sale fortalecido. El dolor es por tanto escuela de fortaleza. Cuando ese torrente que emana del sufrimiento es aceptado de manera “sana”, uno adquiere un dominio interior importante y fundamental para la vida.
Tras el golpe, hay que retomar la riendas de la propia vida para alcanzar el proyecto de vida que uno se tenga trazado. Ser señores de nuestra historia personal. Lo sencillo es actuar en las distancias cortas, lo complejo es diseñar la vida para las distancias largas. Quien no tiene ese proyecto, quien no conoce en qué se quiere convertir, no puede ser feliz.
El sufrimiento tiene un sentido. La sociedad actual huye de él y cuando uno se topa con él, surgen las preguntas “¿me lo merezco?; ¿se debe a mis errores del pasado?, ¿por qué lo permite Dios?”.
1-El dolor posee un valor humano y espiritual. Puede elevarnos y hacernos mejores personas. ¡Cuántas personas conocemos que tras un revés en la vida han sido capaces de enderezar su vida y buscar alternativas que han agradecido a posteriori! No es raro encontrar personas que tras una vida superficial y conformista han sido transformados tras un golpe duro en sus vidas.
2. El sufrimiento enriquece la inteligencia ya que nos ayuda a reflexionar, a llegar al fondo de muchas cuestiones que nunca nos habríamos planteado. El dolor cuando aparece, nos traslada a clarificar el sentido de nuestra vida; de nuestras convicciones  más profundas. Las máscaras y apariencias se diluyen y surge el yo que de verdad somos. El filósofo francés Gustav Thibon decía que “cuando el hombre está enfermo (sufre), si no está esencialmente rebelado, se da cuenta de que cuando estaba sano había descuidado muchas cosas esenciales; que había preferido lo accesorio a lo esencial”.
3. El dolor ayuda a aceptar las propias limitaciones. Nos convertimos en seres más vulnerables y caemos del pedestal al que nos habíamos o nos habían colocado. Hay que bajar la cabeza y reconocer que necesitamos ayuda, que necesitamos el cariño o apoyo de otros; que solos no podemos. Surge el pedir ayuda o consuelo y este puede ser el primer paso hacia la sencillez y descomplicación. De ahí se abren caminos hacia el amor hacia otros, la solidaridad y la empatía.
4. Tras una etapa de sufrimiento, uno se acerca al alma de otras personas. Empatiza, entiende mejor a los que les rodean siendo capaz de ponerse en el lugar de otro, para comprenderlos  y aceptarlos como son. El sufrimiento, por tanto, transforma el corazón. Cuando alguien se siente amado, su vida cambia, se ilumina y transmite esa luz. El amor auténtico se potencia con el dolor sanamente aceptado que nos libera del egoísmo. Quien gana en empatía, es más amable (se deja amar) y convierte su hábitat en un lugar más acogedor para vivir.
5. El sufrimiento puede ser la vía de entrada a la felicidad si uno muestra voluntad de conseguirlo y posee las herramientas para ello. El dolor conduce a la verdadera madurez de la personalidad; a la entrega a los demás y a un mayor conocimiento de uno mismo.
Termino con unos versos del poeta argentino Pedro Bonifacio Palacios,
“No te des por vencido, ni aun vencido,
No te sientas esclavo, ni aun esclavo”

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