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domingo, 19 de noviembre de 2017

El diagnóstico pre-implantatorio

Por Fernando Pascual 



 La fecundación in vitro, en sus distintas modalidades, permite que algunos laboratorios apliquen un “complemento” para mejorar la “calidad” de los embriones: el diagnóstico pre-implantatorio (en inglés, Pre-Implantation Genetic Diagnosis o PGD).
        ¿En qué consiste? Consiste en realizar un análisis genético del embrión concebido in vitro para luego decidir si tal embrión será transferido o no a la madre que lo va a acoger.
        Este diagnóstico se realiza cuando se sospecha la existencia de una enfermedad genética, o por petición de los padres con diversos motivos.
        ¿Cuáles pueden ser estos motivos? Por ejemplo, una familia que tenga un alto riesgo de generar hijos talasémicos podría pedir el diagnóstico pre-implantatorio. De este modo, sería posible eliminar los embriones enfermos y transferir sólo los embriones sanos. Otros padres piden este diagnóstico sólo para descubrir el sexo del embrión y decidir luego si acogerlo o rechazarlo.
        Suelen usarse varias técnicas. Una técnica consiste en estudiar el óvulo femenino a partir del primer cuerpo polar, antes de que se haya producido la fecundación. Este análisis a veces no es preciso, y sirve sólo para descubrir óvulos portadores de algún gen gravemente dañado. Destruir un óvulo “malo” no implica un grave daño moral, pues un óvulo no es todavía un nuevo ser humano.
        Otra técnica trabaja sobre el embrión recién fecundado en el laboratorio, a partir de los dos cuerpos polares. Como la técnica anterior, sirve sólo para conocer daños o deformaciones genéticas de origen materno. Pero ya está tocando la vida de un nuevo ser humano. Y según el resultado, más de alguno podría decidir eliminar a aquel embrión que pudiese resultar enfermo, con lo que esto implica desde el punto de vista ético.
        Otras técnicas hacen el diagnóstico sobre embriones en fases más avanzadas de desarrollo. Por ejemplo, cuando el embrión tiene 3 días de vida y un número muy reducido de células (alrededor de 8 células llamadas blastómeros). Este método permite individuar no sólo una posible enfermedad genética de origen materno, sino la situación real del embrión, ya constituido con su patrimonio paterno y materno: su sexo, sus características genéticas relevantes (las que pueden ser conocidas por los test, todavía no perfectos), sus posibles o seguras deformaciones... 
        Este tipo de análisis conlleva no pocos riesgos: no es algo sencillo “romper” la capa externa del embrión prematuro y tomar una célula de su interior, por lo que se da un cierto peligro de que el embrión quede dañado seriamente. A la vez, la tentación eugenética (eliminar los embriones que no reúnan la salud o las características queridas por los padres o por otras personas interesadas) es grande cuando se realiza esta técnica (normalmente orientada precisamente a la “caza” de los embriones defectuosos para garantizar una buena “calidad” de los embriones que se transferirán al útero materno).
        Existen otras modalidades técnicas, pero las dejamos de lado. Lo importante es tener presente los criterios éticos que nos guíen para juzgar estas técnicas y el uso que se hace de las mismas.
        En primer lugar, es de por sí incorrecto buscar la concepción de seres humanos fuera del ámbito natural en que tal concepción debe ocurrir. Hablamos de “ámbito natural” no sólo en clave biológica, sino antropológica: la vida humana es concebida del mejor modo posible cuando resulta del amor de unos esposos que, con un gesto de amor, se dan el uno al otro a través de su dimensión sexual. Será la misma sexualidad, con sus leyes biológicas y sus profundos mecanismos psicológicos, la que permita el que inicie, en el lugar más adecuado y más protegido, la vida del hijo: el seno de su madre.
        Cualquier inicio que atente contra la antropología del amor y de la vida (por ejemplo, como consecuencia de una violación, o a través de la fecundación in vitro, con los riesgos que tal técnica conlleva para la vida de los embriones) no quita la dignidad de quien así empieza a vivir. Pero implica una injusticia por faltar al respeto debido a cada vida, respeto que incluye el buscar el lugar más seguro para la concepción, desde el punto de vista físico y desde el punto de vista antropológico. Las concepciones en laboratorio, en cambio, se colocan bajo la óptica del control técnico, conllevan altos riesgos, y se abren a la tentación de escoger y seleccionar embriones según una lógica de dominio y de calidad escogida por los adultos.
        Precisamente en esta lógica del dominio técnico se coloca el diagnóstico pre-implantatorio. Como ya hemos dicho, cuando se descubre una posible enfermedad en el embrión, o alguna característica (incluida el sexo) no deseada por los padres, es fácil optar por su supresión. Es decir, se elimina un nuevo ser humano (un hijo) simplemente porque no reúne una serie de características mínimas de “aceptabilidad” exigidas por los adultos. Lo cual, desde el punto de vista ético, es sumamente grave.
        Estos modos de actuar reproponen una mentalidad mal llamada “eugenética”. Tal mentalidad se opone radicalmente a la medicina, pues supone, por ejemplo, aceptar la eliminación de los enfermos (embriones defectuosos) para que disminuya el porcentaje de una enfermedad... La medicina verdadera, en cambio, busca salvar y ayudar a los enfermos, ofrecerles los mejores medios para hacer llevadera su situación y, cuando sea posible, para restablecer la salud. Nunca ha sido éticamente correcto el usar un diagnóstico para condenar a muerte a nadie, aunque por desgracia se ha hecho en algunos lugares en el pasado y en el presente.
        Existe igual inmoralidad cuando el diagnóstico pre-implantatorio es usado para eliminar embriones femeninos para que nazca un niño, o eliminar embriones masculinos para que nazca una niña. El principio de no discriminación se aplica también en el nivel embrionario. Con la misma energía con la que protestamos ante la eliminación de niñas apenas nacidas deberíamos protestar cuando se destruyen embriones por razón de sexo o por otros motivos que nunca pueden justificar la eliminación de ninguna vida humana. Aunque se trate de una vida microscópica.
        Estas reflexiones, por lo tanto, nos permiten afirmar que sigue siendo oportuno trabajar para que las técnicas de fecundación extracorpórea sean dejadas de lado; y para que allí donde se apliquen no sea posible realizar diagnósticos pre-implantatorios peligrosos en su misma realización y en el uso de los mismos con fines “eugenésicos” o discriminatorios.

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