Por Rafael Serrano, Aceprensa, 5 de julio 2017
Después de comprar y usar o consumir, dejamos a nuestras
espaldas una extensa huella. Bolsas de plástico, sobras de comida, ropa
usada, aparatos que funcionan pero no son del último modelo… Y no solo
ocurre en los países ricos: la basura es un problema mayor en los
pobres. Pero en unos y en otros se multiplican las iniciativas para
reciclar, reutilizar, prolongar la duración de los artículos, reducir
vertidos. Gran parte de lo que desechamos tiene una segunda vida.
La Gran Isla de Basura en el Pacífico, formada por un inmenso cúmulo
de desechos aglomerados por las corrientes, es un mito. Pero unos 8
millones de toneladas de plástico al año acaban en los océanos, según
una estimación del World Economic Forum.
Una cantidad mayor aún se arroja en tierra firme. Los estadounidenses
desechan unos cien millones de bolsas de plástico anuales. Ellas
constituyen gran parte de la producción de plástico, que de 2010 a 2014
creció allí un 33%. En parte se debe al aumento de la extracción de
petróleo, merced al
fracking, que ha abaratado la materia prima.
No es cosa solo de ricos. Se suele decir que la demanda de plástico
sube de 1,5 a 2 veces más deprisa que el PIB. A medida que los países en
desarrollo mejoran el nivel de vida y se urbanizan, recurren más a ese
material. Kenia se acerca ya a los 300 millones de bolsas nuevas por
año, aunque en unidades por habitante, esa cantidad es ocho veces menor
que la de la UE.
Ahora bien, aunque su nivel de consumo sea inferior, en los países en
desarrollo hay enormes ciudades y poco reciclado, y por eso tienen los
mayores vertederos del mundo. Lagos (Nigeria) produce unas 10.000
toneladas de desechos diarios, de los que quinientos trabajadores criban
a mano menos de un tercio. Ghazipur, gigantesco basurero de Delhi,
recibe 3.500 toneladas al día y acumula ya casi 10 millones de
toneladas.
Chatarra tecnológica
Buena parte de los vertidos es materia orgánica, pues en el mundo se
desperdicia de un cuarto a un tercio de los alimentos, calcula el Banco
Mundial (ver
Aceprensa, 7-03-2014).
En los países en desarrollo, las pérdidas son casi todas en la
producción, el almacenamiento y el transporte. En cambio, en los países
desarrollados la mayor parte (61%) es arrojada por los consumidores
(particulares, restaurantes…).
Hay también mucha chatarra tecnológica. Según un
estudio de la Universidad de las Naciones Unidas,
en 2014 se desecharon casi 42 millones de toneladas de equipos
eléctricos y electrónicos, un 23% más que en 2010. Naturalmente, hay
enormes diferencias entre lugares: la media mundial, 6 kg por habitante,
está entre los 1,7 kg de África y los 22 kg de Estados Unidos. Pero
algunos países en desarrollo tienen más basura electrónica que la que
generan, pues los países ricos les exportan parte de la suya (ver
Aceprensa, 24-06-2014), no siempre de modo legal.
En el mundo desarrollado, parte de los desechos electrónicos (el 15% o
poco más) es tratado por los sistemas formales de recogida. Esto
requiere trabajo manual para desmontar los aparatos; luego se recuperan
los metales, plásticos y baterías, y al final queda un residuo
inservible que se quema o vierte. Pero en los países pobres es común un
reciclado de peor calidad, más peligroso para los operarios, y también
para la población, porque se acaba vertiendo materiales tóxicos, como
metales pesados o dioxinas emitidas por la incineración de PVC a
temperatura relativamente baja. Los países de África meridional y
oriental, que han sufrido eso durante años, han empezado a tomar medidas
contra el vertido y la importación ilegal. El problema, por eso, se ha
desplazado a la parte occidental del continente, donde aún hay menos
rigor. Así, se cree que a Nigeria llegan 100.000 kg al año.
Prendas efímeras
Las compras mundiales de ropa han aumentado de 8 a 13 kg por persona
desde 2000. Eso no necesariamente significa que vistamos mejor. Sin
entrar a valorar la estética, la
fast fashion (moda rápida),
que permite renovar el vestuario varias veces por temporada sin
necesidad de ser una estrella de cine, crea un problema ecológico. Llena
los vertederos de prendas efímeras, que lo son no solo porque al poco
tiempo resultan
démodées, sino además por su peor calidad, con
abundante fibra sintética; de hecho, esta representa ya dos tercios de
las ventas mundiales de la industria textil. La producción de tales
tejidos se ha multiplicado por casi veinte desde los años ochenta, mucho
más que la población. Como los desechos de ropa usada: en Estados
Unidos se han duplicado en veinte años, hasta 14 millones de toneladas
anuales.
Las telas artificiales tardan mucho en biodegradarse y resulta
difícil y caro reciclarlas. Tienen además menos valor en el mercado de
segunda mano, y por eso han bajado el precio y la tasa de recogida de
ropa usada. El reciclado de fibras naturales no llega tampoco muy lejos,
por los procesos químicos a los que se las somete para hacer prendas
con ellas (blanqueado, teñido, estampado, impermeabilización...).
Es más fácil retrasar la llegada al vertedero o a la incineradora
convirtiendo la indumentaria desechada en trapos para usos industriales,
o triturándola para que sirva de aislante en la construcción. En
particular, la que se encuentra en buen estado se revende con descuento.
África es el gran mercado de ropa de segunda mano, importada de
Occidente, con la que se viste gran parte de la población-
Ese comercio se nutre sobre todo de excedentes, pero también de
prendas que los compradores no llegaron a ponerse porque las
devolvieron. Esto último ocurre igualmente con muchos otros artículos.
En Estados Unidos, las devoluciones equivalen a aproximadamente el 8% de
las ventas del comercio minorista. La proporción es mayor en la compra
por Internet: hasta el 30% en la campaña de Navidad.
Iniciativas
El alud de desperdicios no es imparable. Se está aplicando una
multitud de iniciativas, públicas o privadas, para contenerlo. Unas
atacan el problema en la producción, para limitar excedentes; otras, en
el consumo, para reducir los residuos; otras, en el tratamiento de
desechos, para favorecer el reciclado y la reutilización.
En el caso de los alimentos, en el primer tiempo actúa
Vital Fields,
un sistema comercial de control de cultivos, que toma gran cantidad de
datos y los procesa, para evitar tanto pérdidas como excedentes.
XSense,
de la empresa israelí BT9, vigila con sensores las condiciones a que
están sometidos los alimentos durante el transporte, otra fase en que se
generan desperdicios.
En los puntos de venta, un problema es el de los invendidos cercanos a
la fecha límite de consumo preferente. Pero es sabido que el plazo se
fija con notable margen de seguridad, y que una vez pasado, los
alimentos aún se pueden tomar sin peligro. Por eso, desde el año pasado,
Francia prohíbe a los supermercados descartar los comestibles próximos a
caducar, así como estropearlos deliberadamente para impedir que se
aprovechen y hagan bajar las ventas. Tienen que donarlos a un banco de
alimentos o a otra organización benéfica. También en 2016, Italia aprobó
una medida con el mismo fin; en su caso, son descuentos fiscales por
donar.
En Dinamarca, la cadena de tiendas WeFood vende exclusivamente, con
permiso de las autoridades, alimentos caducados o con envases dañados
(ver
Aceprensa, 11-03-2016).
Otras soluciones recurren a la tecnología para facilitar la colocación de alimentos excedentes. La aplicación
Olio,
nacida en Estados Unidos, conecta en red a los vecinos y los comercios
de un barrio, para vender o intercambiar las sobras. Restaurantes y
cafés daneses ofrecen las suyas al público con interesantes descuentos
mediante otra aplicación, llamada
Too Good To Go. La red
FoodCloud
comunica supermercados –más de 700 en el Reino Unido– con bancos de
alimentos y albergues que pueden aprovechar los invendidos.
Análogamente, la web sueca
Matsmart es
un comercio de excedentes alimentarios a bajo precio. Todo esto muestra
que para buena parte de la comida sobrante hay otros destinos posibles
distintos del vertedero.
Millones de bolsas
Contra la proliferación de bolsas de plástico se emplean prohibiciones o tasas, como las que se extienden en Europa (ver
Aceprensa, 23-12-2016).
Varios países de la UE no permiten a los supermercados y otros
establecimientos regalar bolsas a los clientes. En Gran Bretaña, desde
que se obligó a cobrarlas a 5 peniques, disminuyeron de modo
espectacular en los primeros seis meses: de 7.600 millones de unidades
en 2014 en las siete cadenas más grandes a 640 millones. Francia, por su
parte, no permite entregar bolsas de menos de 10 litros y exige que las
vajillas de un solo uso estén hecha con al menos un 50% de material
biodegradable.
Ya vimos que también en África el plástico es un problema; también
allí toman medidas. Ruanda es el primer país del continente que prohibió
las bolsas de este material, en 2008. Kenia quiso hacer lo mismo antes,
en 2007, y volvió a intentarlo cuatro años después; pero hubo de
renunciar por la oposición interna y la incapacidad para hacer cumplir
la orden. Este año ha vuelto a anunciarla. El precedente ruandés no es
un completo éxito: siguen circulando bolsas de plástico por el país,
introducidas ilegalmente desde el Congo. Kenia no tiene mejores
posibilidades de cerrar las fronteras al contrabando.
Y en Estados Unidos ha comenzado un retroceso en la batalla contra
las bolsas de plástico, no solo por el mencionado abaratamiento de la
materia prima. Hay docenas de ciudades, como San Francisco, que las han
prohibido, y otras –entre ellas, Nueva York y la capital federal– les
han impuesto tasas. Pero seis estados han aprobado leyes contra tales
prohibiciones. Ha influido la campaña de la industria del plástico, con
el argumento de que los vetos municipales a sus productos ponen en
peligro miles de empleos.
Reparar en vez de desechar
También hay una especie de
fast fashion en electrónica: se
fabrican aparatos de corta vida, o no se reparan, o los usuarios se
pasan en seguida al último modelo. De ahí los intentos de que los
artilugios que usamos duren más.
Desde 2014, Francia combate la obsolescencia programada. Los
fabricantes de electrodomésticos deben declarar cuánto durarán sus
productos y hasta qué fecha facilitarán piezas de recambio.
Suecia tiene en proyecto una bajada del IVA, del 25% al 12%, para los
trabajos de reparación. Pretende aliviar la dificultad de que, fuera
del caso de máquinas de precio elevado –un automóvil, una caldera…–, a
menudo sale más caro arreglar un aparato que sustituirlo por uno nuevo.
Contra eso también han surgido iniciativas ciudadanas como
Restart Project
(Londres), una red de voluntarios que reparan y enseñan a reparar
aparatos, y promueven el reciclado de los que no tienen arreglo. Para
eso organizan reuniones a las que la gente lleva sus chismes
estropeados: planchas, teléfonos, radios, ventiladores… con cualquier
fallo que esté al alcance de un aficionado mañoso.
“Long fashion”
Frente a la
fast fashion, ciertas marcas ofrecen prendas de
alta calidad y larga duración, pero muy caras: un lujo al alcance de
pocos que contribuye escasamente a reducir desechos (ver
Aceprensa, 15-04-2016). Hay modos más asequibles de hacer durar la ropa, como cuenta
The Wall Street Journal (16-02-2017).
Se toman unos modestos vaqueros para chica comprados a 10 dólares y,
tras disfrutarlos por un tiempo, se les corta las perneras dejando los
bordes deshilachados, se los decolora con lejía, se los adorna con unos
broches y se los vende por 75 dólares a través de Poshmark, una
aplicación para la reventa de ropa usada muy popular entre adolescentes
norteamericanos. Ese y demás comercios semejantes, como Vinted o
ThredUp, han alcanzado un volumen de ventas de unos 2.000 millones de
dólares.
Se puede discutir de este reciclado casero si frena el consumismo o
lo sublima, pero al menos retrasa la llegada al vertedero de muchas
prendas dándoles una segunda vida en otros armarios. De hecho, en
Estados Unidos ha bajado el gasto total en ropa juvenil, mientras ha
subido en las demás categorías.
Pero el gran reto para reducir la basura indumentaria es reciclar. A
ello se han lanzado empresas del sector como H&M, Levi’s o
Patagonia, que han empezado a ofrecer prendas hechas en parte con
algodón reciclado. H&M lo saca de las prendas usadas que los
clientes depositan en contendedores de las tiendas, y a cambio son
premiados con vales. Pero no logra, en su Conscious Collection, más de
un 20% de fibra recuperada; Levi’s no ha querido hacer público a cuánto
llega; Patagonia pierde dinero, conscientemente, con su proyecto.
Ética del consumo
De todas esas iniciativas, unas son leyes y regulaciones públicas;
pero también las hay del sector privado, incluso de simples particulares
que han tenido una idea y la han puesto en práctica. Esto sugiere bajar
el problema de los desechos del plano general al de la responsabilidad
personal. ¿Qué puede hacer uno para contribuir a que haya menos basura?
Podríamos empezar por plantearnos si no podríamos consumir menos. En
el caso de los teléfonos móviles, cabe resistir la llamada del “último
grito” y hacer durar más el que uno tiene antes de cambiarlo por otro
con nuevas prestaciones que quizá no sean tan necesarias.
Las abundantes devoluciones en el comercio por Internet revelan, en
parte, una actitud de los consumidores que podría cambiar. Muchos
aprovechan la facilidad de encargar y la garantía de recuperar el dinero
si el artículo no les satisface para comprar con ligereza: hasta
encargando varias tallas de una prenda para devolver las que no sirvan.
Esa comodidad tiene consecuencias, pues la previsión de devoluciones
lleva a poner más unidades en el mercado, y en algunos casos, los
artículos devueltos se retiran o destruyen para no dañar la marca.
Desechar aparatos sin intentar repararlos es otra práctica que sería
bueno abandonar. También convendría renovar el vestuario con moderación,
aunque la
fast fashion permita y estimule otra cosa.
En fin, consumir es una acción de relevancia ética, que delata los
principios y valores de la persona. Como dice el Papa Francisco en la
encíclica
Laudato si’ (n. 211): “Comportamientos que tienen una
incidencia directa e importante en el cuidado del ambiente, como evitar
el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua,
separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se podrá comer,
tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público
o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles,
apagar las luces innecesarias (…) El hecho de reutilizar algo en lugar
de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser
un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad”.