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domingo, 11 de junio de 2017

“Ojo de halcón” para Margaret Court

Por Ignacio Arechaga


El titular gritaba: “Es homófoba y racista”. Se refería a la australiana Margaret Court, la tenista más laureada de la historia, ganadora de 24 Grand Slam, con 62 títulos importantes en su haber, un récord inigualado. Esta leyenda del tenis, hoy de 74 años, ha caído en desgracia en los titulares de prensa de los grandes medios por razones ajenas a la raqueta: es una voz fuera del coro en el circuito de apoyo al matrimonio gay.

Todo empezó con una carta abierta de Margaret Court al presidente de la compañía aérea australiana Qantas, Alan Joyce, en la que le manifestaba su desacuerdo con el apoyo declarado de la compañía al matrimonio entre personas del mismo sexo. Como el New York Times atribuía a la tenista “comentarios incendiarios” sobre los gais y el matrimonio entre personas del mismo sexo, quise ir a la carta original para ver si pedía que los gais fueran condenados a la hoguera.
Y me encontré con un texto breve y educado dirigido a Joyce y al consejo de administración de Qantas, que dice así:
Como sabrán, he representado a Australia muchas veces y tengo el orgullo de no haber perdido nunca un partido jugando para mi país.
Me decepciona que Qantas se haya convertido en una activa promotora del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Creo que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer, como afirma la Biblia.
Su postura no me deja más opción que, en la medida de lo posible, utilizar otras líneas para mis frecuentes desplazamientos.
Me gustó mucho promover por todo el mundo la cola de canguro [símbolo de Qantas] desde los días del Constellation hasta los del 380. Pero, por desgracia, ya no más.
Amo a todo el mundo y me agradaría dialogar con su consejo de administración cuando quieran. Pero no estaré en la sala de embarque de Qantas.
Que el Señor les bendiga.
Así que Margaret Court se había atrevido a salir del armario políticamente correcto para opinar sobre el matrimonio gay, tema en el que hay posturas contrarias en su país, y que no está reconocido. También decía cómo iba a ejercer su libertad de elección de compañía aérea, igual que cualquier otro viajero.

Maltrato “low cost”

Pero se ve que también hay low cost en la libertad de expresión. O más bien habría que decir que declararte en contra del matrimonio gay supone pagar un precio de business para recibir un maltrato mediático de low cost.
Tampoco es muy extraño que Margaret Court prefiera lo que dice la Biblia sobre el matrimonio a lo que defiende el New York Times, habida cuenta de que hoy es una activa pastora protestante en Perth. Pero por mucho que la prensa progresista abogue por el sacerdocio femenino, no por eso va a respetar que la pastora diga algo que se salga del dogma moderno.
Pero, en estos tiempos de alertas frente a las fake news, por lo menos se podría respetar la realidad de sus palabras. Su carta no decía nada denigratorio sobre los gais ni hacía ningún comentario racista.
Tampoco llamaba a boicotear a Qantas, como han dicho algunos periódicos. El boicot es lo que propugnó con éxito el lobby gay contra Mozilla, cuando en 2014 la compañía quiso nombrar director general a Brendan Eich, reo de haber donado 1.000 dólares suyos a la campaña a favor de la Proposición 8, que pretendía enmendar la Constitución del estado para definir el matrimonio como la unión entre hombre y mujer. Court, en cambio, se limitaba a decir que se daba de baja como cliente de Qantas.

Castigar al disidente

Pero la reacción mediática que ha suscitado revela que en algunos temas aún sigue vigente el delito de opinión. En este caso, el castigo propuesto es que se cambie de nombre el estadio de tenis que desde 2003 lleva el nombre de Margaret Court Arena, el tercero más grande utilizado en el Open de Australia. Las hazañas tenísticas de Court contarían menos que su opinión disidente.
“Los jugadores quieren que el Margaret Court Arena cambie de nombre por sus comentarios sobre los gais”, asegura el NYT. “El circuito reprueba a Court”, dice El País. ¿Todos los jugadores? ¿Todo el circuito?
Luego resulta que la voz más activa para pedir la cabeza y el nombre de Court es la de Martina Navratilova, que también fue una gran tenista además de lesbiana militante. Navratilova ha pedido en una carta abierta que se cambie el nombre del Court Arena.
Con un recurso bien conocido en la caza de brujas, Navratilova equipara la opinión de Court a una actividad criminal: “¿Cuánta sangre debe haber en las manos de Margaret por los niños que son golpeados por ser diferentes? Muchos morirán por suicidio por este tipo de intolerancia, por esta paliza, por este acoso. Esto no está bien”. En cambio, parece que es OK achacar crímenes absurdos a quien solo tiene una opinión distinta.
Navratilova presta un tributo formal a la libertad de expresión, para a continuación pedir que se sancione a Court por lo que dice. “Celebramos la libertad de expresión, pero eso no significa que esté libre de consecuencias; no castigo, sino consecuencias”. En realidad, una consecuencia de la actitud de Court será que puede tener más dificultades para volar al prescindir de Qantas; pero cambiar el nombre del estadio por no apoyar el matrimonio homosexual no es ninguna consecuencia, sino un castigo muy evidente. Es como si a un jugador de tenis se le sancionara no por insultar al árbitro, sino por no llevar camiseta arcoíris.

Debate anómalo

Otra tenista citada, la alemana Andrea Petkovic, apoya también el cambio de nombre con un comentario peregrino: “Después de diez años en el circuito, me he dado cuenta de que a veces es más difícil ser una persona con principios que un campeón”. Desde luego. Pero si de alguien se puede decir que es una persona con principios es Margaret Court, que está dispuesta a dar la cara por ellos aunque se la rompan. Lo que pasa es que son unos principios distintos a los de Petkovic.
Y esta es la curiosa anomalía del “debate” sobre el matrimonio gay. Sus defensores invocan “la igualdad, la inclusión y la diversidad”, pero si uno piensa que esas uniones son distintas del matrimonio, el mero hecho de expresar una opinión diversa justifica el ser excluido del supuesto debate y ser castigado a la marginación. Poco importan los méritos adquiridos en la carrera profesional. Si no estás conmigo en esto, estás contra mí.
Para remachar el calificativo de homófoba, han tachado también a Court de racista, aunque en su carta no mencionara para nada la raza. Sus críticos se han remontado hasta 1970, para recordar que fue a jugar a Sudáfrica, durante el régimen del apartheid que había negado la entrada en el país al tenista afroamericano Arthur Ashe. Court les ha contestado que fue a jugar a Sudáfrica con su compatriota Evonne Goolagong, otra famosa tenista australiana hija de una familia aborigen. También ha asegurado que en su congregación de Perth tiene personas de 35 culturas distintas, y que se siente a gusto con todas.

Verdad fluida

Pero esto no son más que maniobras de distracción. Lo que realmente ha irritado es que, tras ser atacada, replicara que veía ahí la mano del “lobby gay americano”, también muy activo en el tenis femenino. Y que denunciara que, como en su momento intentaron los nazis y los comunistas, hoy se pretenda adoctrinar a los niños en una ideología, la de género.
¡Será díscola la pastora! Las organizaciones LGTB denuncian que los ha equiparado con los nazis y los comunistas, aunque el NYT se conforma con que “ha comparado los esfuerzos para enseñar a los niños sobre la fluidez de los géneros (gender fluidity) con los métodos del nazismo y el comunismo”. Ya se ve que en la verdad informativa hay también mucha fluidez. En realidad, el lobby gay es muy modesto. Desarrolla una acción constante siempre que puede para que la escuela recoja las tesis de la ideología de género, como doctrina común e indiscutible para todos los colegios. Pero si alguien advierte ahí la mano de un lobby gay, se dirá que está viendo visiones homófobas.
Todos saldríamos ganando si se respetara la libertad de opinión y la libertad de viajar con la compañía aérea que uno elija, sin ser molestado por ello y sin que se tergiversen sus palabras. Por si acaso, la próxima vez que alguien sea tachado de homófobo pediré un “ojo de halcón” para comprobar qué dijo exactamente.

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