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sábado, 3 de junio de 2017

Enfocando algunos problemas desde el hogar se entienden mejor


Por Antonio Argandoña
Estuve la semana pasada en Cuenca, asistiendo al XXV Congreso de ÉBEN España(EBEN es la European Business Ethics Network), gozando de las bellezas de la ciudad, disfrutando de la hospitalidad de la Universidad de Castilla – La Mancha, acompañado por buenos amigos, en un formidable ambiente de investigación y diálogo sobre temas de ética en las organizaciones. Ahora quiero traer a colación una discusión en una de las sesiones paralelas.
El paper que se presentó trataba de si la inclusión financiera de la mujer mejoraba el crecimiento económico en un conjunto de países. La conclusión de la autora era positiva: más facilidades para el acceso de la mujer al crédito, la disponibilidad de productos financieros adaptados a sus necesidades, etc., favorecía el crecimiento. Me pareció bien, pero le llamé la atención sobre el sesgo individualista que se ocultaba en su paper.
Ese sesgo es muy propio de la cultura occidental vigente en países avanzados: el marido tiene sus proyectos (de eso traté en mi entrada anterior, a propósito de la película La La Land) y la mujer tiene los suyos; son proyectos personales, que pueden ser muy distintos, pero son proyectos separados. Si la mujer no tiene acceso fácil al sistema financiero, estará, sin duda, perdiendo oportunidades. Si quiere, por ejemplo, dedicarse a la escultura, necesitará recursos para comprar los materiales, alquilar un local, vivir hasta que pueda vender sus obras de arte… Y algo parecido ocurrirá si quiere montar una pequeña empresa.
Mi razonamiento fue que esto puede ser verdad (aunque no siempre) en nuestra cultura individualista, pero no en otra más familiar o comunitaria. Me imaginaba a marido y mujer diciendo que sería bueno montar un pequeño taller de costura, con la ayuda de algunas vecinas; la mujer lo crearía y regentaría, pero necesita recursos. Pero ese proyecto es ahora de los dos, de la familia, de modo que el marido puede poner el dinero necesario, o pedir o avalar el crédito, etc. Si es así, la restricción financiera no es tal. Claro que a la mujer quizás le gustaría más ser ella la que corriese el riesgo y gestionase las finanzas, pero esto no obsta para que, si el proyecto es compartido, la restricción financiera sea menos importante.


No sé cómo se puede introducir esto en un modelo econométrico, pero me parece que hay muchos temas, en el ámbito familiar, en que el enfoque se entiende mejor cuando se considera el hogar como una unidad, y no como una combinación de proyectos y decisiones personales no conectados. Como ya he dicho antes, me temo que no pocos análisis de otras culturas se hacen desde la óptica individualista de la que es dominante en Occidente.

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