Páginas vistas

miércoles, 26 de abril de 2017

La verdad, aliada del debate civilizado

Por Juan Meseguer, abril 2017 

En Estados Unidos, la comunidad académica asiste con preocupación al deterioro de la libertad de expresión en los campus universitarios. El problema es conocido, pero hay algo novedoso en el modo en que lo abordan los profesores Robert P. George y Cornel West: la búsqueda racional de la verdad, explican en una declaración que va a la raíz de esa crisis, no es enemiga de la tolerancia sino su aliada.
Robert P. George, profesor de filosofía del derecho en la Universidad de Princeton, es uno de los pensadores conservadores más influyentes de EE.UU. Cornel West, profesor de filosofía política en Harvard y emérito en Princeton, es un popular activista por los derechos civiles de los negros, miembro destacado de Socialistas Demócratas de América… y actor secundario en dos películas de Matrix. Ninguno de los dos se atiene al guion: George es muy crítico con Trump, lo mismo que West con Obama.
No es la primera vez que estos profesores se alían para defender el debate civilizado en los campus. Frente a quienes consideran que la tolerancia obliga a guardar silencio ante los puntos de vista con los que no estamos de acuerdo –a callar para no ofender–, en 2015 organizaron un cara a cara sobre el matrimonio gay para mostrar a sus alumnos que se puede discrepar con respeto: West, a favor de legalizarlo; George, en contra. “Lo más admirable –cuenta Robert Barron– es que los dos, que son buenos amigos, de hecho debatieron: es decir, se apoyaron en pruebas; sacaron conclusiones de premisas; respondieron a objeciones, etc. Y ninguno acusó al otro de odiar a los partidarios de la postura contraria”.
Ahora vuelven juntos al ruedo intelectual con una provocadora declaración, titulada Truth Seeking, Democracy, and Freedom of Thought and Expression. Entre los centenares de personas que se han adherido al texto, figuran otros destacados intelectuales de variadas tendencias, como los filósofos Peter Singer y Roger Scruton, la jurista Mary Ann Glendon o la politóloga Allison Stanger.

Una crisis intelectual

Para comprender la relevancia del documento hay que remontarse a las últimas décadas del siglo XX, cuando algunas universidades estadounidenses empezaron a predicar el relativismo como el mejor antídoto frente a la intolerancia. Lo que llevó a un cambio en su jerarquía de valores, como diagnosticó Allan Bloom en su libro El cierre de la mente moderna (1987): de tener en el centro la búsqueda de la verdad, pasaron a inculcar en los jóvenes la aceptación de la diversidad por encima de cualquier otro valor.
De la mano del relativismo iba la exigencia de igualar todos los puntos de vista y estilos de vida: dado que no hay criterios objetivos para discernir cuáles son mejores que otros, nadie tiene derecho a criticar aquellos con los que discrepa. Y si lo hace, se le declara enemigo de la apertura.
Un aliado de este modo de pensar es el discurso políticamente correcto. Desde los años 90 hasta hoy, algunas universidades han ido aprobando códigos de lenguaje que establecen lo que a su juicio representa el modo correcto de pensar y de expresarse sobre una serie de temas identitarios como la raza, la religión, el sexo o la clase. En vez de espolear el pensamiento crítico de los estudiantes para que aprendan por sí mismos la práctica de la tolerancia, las autoridades académicas han pretendido decidir por ellos qué ideas y qué expresiones respetan la diversidad y cuáles no.
Paradójicamente, el empeño por garantizar la variedad se ha ido convirtiendo en una fuente de intolerancia: hay tal susceptibilidad en los asuntos protegidos por la corrección política que se han llegado a ver como legítimos los boicots contra ponentes en las ceremonias de graduación y otras formas más sutiles de censura, como los “safe spaces” y los “trigger warnings”, con los que se pretende garantizar que nadie pueda sentirse incómodo u ofendido por las opiniones de los demás.

Escuchar es tomar en serio

En este contexto, han ido apareciendo valiosos alegatos a favor de la libertad de expresión y de pensamiento en los campus, como la Declaración de Chicago o la más reciente del Middlebury College, aprobada en marzo a raíz de la protesta violenta contra un conferenciante. Pero es el texto de George y West el que se ha atrevido a entrar al fondo del problema que detectó Bloom.
Para estos profesores, la sociedad democrática es algo que construimos entre todos mediante la práctica de “las virtudes de la humildad intelectual, la apertura de mente y, sobre todo, el amor a la verdad”. Estas virtudes no son condecoraciones bonitas que uno pueda ponerse de palabra, sino que se demuestran a través de la “disposición a escuchar con atención y respeto” a quienes discrepan de nosotros.
Frente a lo que dice el tópico, la aspiración a la verdad no tiene por qué cerrar los oídos de nadie. Más bien lo contrario: “Como enseñó John Stuart Mill, reconocer la posibilidad de que uno pueda estar en el error es una buena razón para escuchar y tomarse en serio –y no solo tolerar de mala gana– los puntos de vista con los que no estamos de acuerdo, o que incluso nos parecen chocantes o escandalosos”. Es más, añaden, aun en el caso de que alguien crea estar en lo cierto en un determinado debate –lo cual es muy legítimo–, necesitará igualmente esa actitud de escucha para “profundizar en su comprensión de la verdad y mejorar su capacidad de defenderla”.

Obstinación relativista

“Nadie es infalible”, dice la declaración. O lo que es lo mismo: todos podemos errar. “Pero eso no significa que todas las opiniones sean igualmente valiosas o que valga la pena escuchar a todos por igual. Tampoco quiere decir que no exista una verdad que deba ser descubierta. Ni que necesariamente estés en el error, como tampoco tienen por qué estarlo los demás”.
Esta última frase no tiene nada de relativista. De un lado, contesta a la falsa modestia del escepticismo, que lleva a dudar de la posibilidad de alcanzar cualquier verdad. En realidad, nada impide que tanto uno mismo como los demás podamos estar algunas veces en lo cierto. De otro, previene contra el fanatismo de quienes se creen siempre en posesión de la verdad: no hace falta ser relativista para reconocer que la comprensión de la verdad a menudo requiere ver las cosas desde diversos ángulos. [1]
De hecho, la búsqueda racional de la verdad puede ser un antídoto frente a la obstinación que hace de cada opinión un dogma incontestable. “Quien huye de la idolatría de poner sus opiniones por encima de la verdad querrá escuchar a personas que ven las cosas de forma diferente, para entender qué consideraciones –pruebas, razones, argumentos– les han llevado a un lugar diferente del que, de momento, se encuentra uno”.
Justo lo contrario de lo que hacen los estudiantes y profesores que piden boicotear a los conferenciantes cuyas ideas les desagradan. “Por supuesto que el derecho a protestar de forma pacífica –también en los campus– es sagrado. Pero antes de ejercer ese derecho, tendríamos que preguntarnos: ¿no sería mejor escuchar de forma respetuosa y tratar de aprender de un ponente del que discrepo? ¿No serviría mejor a la causa de la búsqueda de la verdad si entablara con esa persona un debate realmente civilizado?”.
Esta disposición a tomarse en serio a las personas con las que discrepamos –y no la indiferencia relativista– es lo que “nos vacuna contra el dogmatismo y el pensamiento de grupo, tan tóxicos para la salud de nuestras comunidades académicas y para el funcionamiento de las democracias”, concluyen.

Notas

[1] Explico estas ideas en Pensamiento crítico: una actitud(UNIR Editorial, 2016), caps. 2 y 6.

Imperiofobia y leyenda negra

Autor: María Elvira Roca Barea
Siruela.
Madrid (2016).
460 págs.
26 € (papel) / 11,99 (digital). 
Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español
¿Escuchó alguien hablar alguna vez de que la Rusia de los zares amenazara con atacar Australia en la segunda mitad del siglo XIX? La invasión no sucedió jamás, pero la propaganda antiimperial, atizada por los británicos (imperio rival), hizo que muchos en la isla-continente creyeran que no estaba lejano el día en que los rusos, “con sus asquerosos bigotes y pringosas barbas”, desembarcaran para hacer esclavos a los súbditos de Su Británica Majestad.
Sobre el fenómeno de las falsedades y prejuicios atizados contra los imperios de antaño –y el de ahora, en América del Norte– trata el volumen Imperiofobia y leyenda negra, de la investigadora y docente María Elvira Roca Barea, quien disecciona algunos de los mecanismos por el que se crean las leyendas negras que persiguen a algunos países, aun cuando ya ha pasado su apogeo como potencias regionales o mundiales.
En un abordaje de lo general a lo particular, Roca Barea plantea algunos conceptos, desde el propio de leyenda negra, que es en ocasiones un ataque de matriz protestante a los fundamentos de los países católicos –España en primer lugar–, y en otras, una reacción de las élites de otros países, necesitadas de una narrativa que les haga saberse moral e intelectualmente superiores a aquellos que se han impuesto por la fuerza de las armas y la superioridad tecnológica.
Precisamente una de las naciones contra las que se ha cebado la propaganda antiimperial ha sido la patria de la investigadora. De hecho, explica, leyenda negra es por antonomasia la española. Así, tenemos que España fue la autora casi exclusiva de la expulsión en masa de judíos, en 1492, pese a que Inglaterra ya los había echado en 1290, y Francia en 1306 (“todas fueron más duras que la que aquí se produjo y no se dio a los judíos la posibilidad de convertirse ni de enajenar sus bienes”). O que llevó a cabo un auténtico genocidio en el Nuevo Mundo, a pesar de que uno de los principales cronistas que sirvió como referencia, Fray Bartolomé de las Casas, reconoció después no haber presenciado tal ola de barbarie. Para alcanzar la cifra de asesinados citada por el religioso dominico, Roca Barea refiere que cada español tuvo que haber matado a unos catorce indios al día hasta la independencia de las repúblicas.
Pero los casos de imperiofobia son muy variados. “La relación de Estados Unidos con Europa –dice la autora– se parece tanto a la de Roma con Grecia que produce perplejidad. Como los estadounidenses con respecto a los intelectuales europeos, los romanos recibieron de la intelligentsia griega menosprecio y poca comprensión a pesar de que debieron, y no pocas veces, la mera supervivencia a Roma. Los romanos no respondieron con la misma moneda. Mostraron, con pocas excepciones, una admiración sin límites hacia Grecia. (…) En líneas generales esta es la actitud de los estadounidenses hacia Europa”.
Los romanos como saqueadores, ladrones y gente sin nada por lo que ser admirada; los estadounidenses como genéticamente degenerados, ignorantes y maleducados; los españoles, como atrasados, “marranos” y “godos” –en contraposición a los italianos, descendientes “puros” de los romanos–, vienen a ser todos tópicos alimentados por falsas historias, que acaban vistiendo ropajes de veracidad al reiterarse una y otra vez entre los círculos intelectuales.
Solo que de los prejuicios atizados al calor de estos debates y de las “serias” reflexiones de algunos, como Voltaire, Diderot y otros ilustrados que desesperaban de los “incivilizados” rusos o de los judíos (Goethe, Fichte y Hegel) derivan concepciones peligrosamente equivocadas. La idea que tenía Hitler de los rusos y los eslavos como Untermensch (infrahombres), dignos de ser esclavizados, no brotó de la nada. “Es confortable –apunta Roca Barea– aislar al monstruo para negar todo vestigio de contaminación, pero estas ideas tienen una historia y un contexto, en ocasiones muy respetable”.

Negación (Delial)

Director: Mick Jackson
Intérpretes: Rachel Weisz, Tom Wilkinson, Timothy Spall, Andrew Scott, Caren Pistorius. 
110 min.
Jóvenes.
La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto siguen siendo una fuente inagotable de argumentos cinematográficos. El director de cine y televisión Mick Jackson lleva a la pantalla un hecho real ocurrido hace un par de décadas. La historiadora norteamericana Deborah E. Lipstadt denunció en su obra The Growing Assault on Truth and Memory –publicada en 1994– la existencia de periodistas e historiadores de distintas nacionalidades que afirmaban que el plan nazi de exterminio judío, incluidas las cámaras de gas, eran una invención propagandística. Los acusó de “negacionistas” y arremetió contra ellos en su libro, señalándolos como mentirosos e historiadores fraudulentos. Uno de los aludidos, el británico David Irving, autor de una devota biografía de Hitler, se querelló en 1996 contra ella y contra Penguin Books por difamación. La defensa de ella la asumió un famoso abogado, Richard Rampton, formado en la Universidad de Oxford. Comenzó entonces en Londres un juicio decisivo en el que, como telón de fondo, se juzgaba el Holocausto.

Negación rastrea un sutil ejercicio de práctica jurídica, perfectamente traducido al lenguaje cinematográfico. Contrapone de forma inteligente el mundo de los sentimientos y las emociones, que tiene sus propias reglas, y el mundo preciso y minucioso de la técnica judicial. El personaje de Deborah Lipstadt, que está en el centro del huracán, vive dividido entre ambos polos, y ese es el núcleo de su conflicto dramático. A pesar de todas las servidumbres típicas del subgénero de juicios, el director consigue dotar al film de mucha frescura y dinamismo, limitando al máximo las escenas en la sala de vistas, y dando más espacio a los momentos preparatorios, a tramas colaterales y rodajes en exteriores.

Pero quizá la clave del éxito está en la interpretación, ya que, a la indiscutible maestría de la Weisz, se añade la capacidad de Timoty Spall de humanizar su personaje para evitar maniqueísmos, y el acierto de Tom Wilkinson en la contención de su personaje. Sugerente también la música del maestro Howard Shore, responsable de la banda sonora de Spotlight o la saga de El Hobbit

martes, 18 de abril de 2017

Tertulia del Papa Benedicto con niños de primera Comunión.

Fue una fiesta increíble, hace unos diez años, en la Plaza de San Pedro. Los niños hicieron al Papa muchas preguntas, con gran sabiduría y valentía. Y del mismo modo las respondió el Santo Padre.

Un pequeño video hace idea de cómo fueron aquellos momentos. Ahora resultarán actuales para tantos niños y niñas que van a hacer su Primera Comunión.





Andrés: Querido Papa, ¿qué recuerdo tienes del día de tu primera Comunión?

Ante todo, quisiera dar las gracias por esta fiesta de fe que me ofrecéis, por vuestra presencia y vuestra alegría. Saludo y agradezco el abrazo que algunos de vosotros me han dado, un abrazo que simbólicamente vale para todos vosotros, naturalmente. En cuanto a la pregunta, recuerdo bien el día de mi primera Comunión. Fue un hermoso domingo de marzo de 1936; o sea, hace 69 años. Era un día de sol; era muy bella la iglesia y la música; eran muchas las cosas hermosas y aún las recuerdo. Éramos unos treinta niños y niñas de nuestra pequeña localidad, que apenas tenía 500 habitantes. Pero en el centro de mis recuerdos alegres y hermosos, está este pensamiento -el mismo que ha dicho ya vuestro portavoz-: comprendí que Jesús entraba en mi corazón, que me visitaba precisamente a mí. Y, junto con Jesús, Dios mismo estaba conmigo. Y que era un don de amor que realmente valía mucho más que todo lo que se podía recibir en la vida; así me sentí realmente feliz, porque Jesús había venido a mí. Y comprendí que entonces comenzaba una nueva etapa de mi vida —tenía 9 años— y que era importante permanecer fiel a ese encuentro, a esa Comunión. Prometí al Señor: "Quisiera estar siempre contigo" en la medida de lo posible, y le pedí: "Pero, sobre todo, está tú siempre conmigo". Y así he ido adelante por la vida. Gracias a Dios, el Señor me ha llevado siempre de la mano y me ha guiado incluso en situaciones difíciles. Así, esa alegría de la primera Comunión fue el inicio de un camino recorrido juntos. Espero que, también para todos vosotros, la primera Comunión, que habéis recibido en este Año de la Eucaristía, sea el inicio de una amistad con Jesús para toda la vida. El inicio de un camino juntos, porque yendo con Jesús vamos bien, y nuestra vida es buena.

Livia: Santo Padre, el día anterior a mi primera Comunión me confesé. Luego, me he confesado otras veces. Pero quisiera preguntarte: ¿debo confesarme todas las veces que recibo la Comunión? ¿Incluso cuando he cometido los mismos pecados? Porque me doy cuenta de que son siempre los mismos.

Diría dos cosas: la primera, naturalmente, es que no debes confesarte siempre antes de la Comunión, si no has cometido pecados tan graves que necesiten confesión. Por tanto, no es necesario confesarse antes de cada Comunión eucarística. Este es el primer punto. Sólo es necesario en el caso de que hayas cometido un pecado realmente grave, cuando hayas ofendido profundamente a Jesús, de modo que la amistad se haya roto y debas comenzar de nuevo. Sólo en este caso, cuando se está en pecado "mortal", es decir, grave, es necesario confesarse antes de la Comunión. Este es el primer punto. El segundo: aunque, como he dicho, no sea necesario confesarse antes de cada Comunión, es muy útil confesarse con cierta frecuencia. Es verdad que nuestros pecados son casi siempre los mismos, pero limpiamos nuestras casas, nuestras habitaciones, al menos una vez por semana, aunque la suciedad sea siempre la misma, para vivir en un lugar limpio, para recomenzar; de lo contrario, tal vez la suciedad no se vea, pero se acumula.

Algo semejante vale también para el alma, para mí mismo; si no me confieso nunca, el alma se descuida y, al final, estoy siempre satisfecho de mí mismo y ya no comprendo que debo esforzarme también por ser mejor, que debo avanzar. Y esta limpieza del alma, que Jesús nos da en el sacramento de la Confesión, nos ayuda a tener una conciencia más despierta, más abierta, y así también a madurar espiritualmente y como persona humana. Resumiendo, dos cosas: sólo es necesario confesarse en caso de pecado grave, pero es muy útil confesarse regularmente para mantener la limpieza, la belleza del alma, y madurar poco a poco en la vida.

Andrés: Mi catequista, al prepararme para el día de mi primera Comunión, me dijo que Jesús está presente en la Eucaristía. Pero ¿cómo? Yo no lo veo.

Sí, no lo vemos, pero hay muchas cosas que no vemos y que existen y son esenciales. Por ejemplo, no vemos nuestra razón; y, sin embargo, tenemos la razón. No vemos nuestra inteligencia, y la tenemos. En una palabra, no vemos nuestra alma y, sin embargo, existe y vemos sus efectos, porque podemos hablar, pensar, decidir, etc. Así tampoco vemos, por ejemplo, la corriente eléctrica y, sin embargo, vemos que existe, vemos cómo funciona este micrófono; vemos las luces.

En una palabra, precisamente las cosas más profundas, que sostienen realmente la vida y el mundo, no las vemos, pero podemos ver, sentir sus efectos. No vemos la electricidad, la corriente, pero vemos la luz. Y así sucesivamente. Del mismo modo, tampoco vemos con nuestros ojos al Señor resucitado, pero vemos que donde está Jesús los hombres cambian, se hacen mejores. Se crea mayor capacidad de paz, de reconciliación, etc. Por consiguiente, no vemos al Señor mismo, pero vemos sus efectos: así podemos comprender que Jesús está presente. Como he dicho, precisamente las cosas invisibles son las más profundas e importantes. Por eso, vayamos al encuentro de este Señor invisible, pero fuerte, que nos ayuda a vivir bien.

Julia: Santidad, todos nos dicen que es importante ir a misa el domingo. Nosotros iríamos con mucho gusto, pero, a menudo, nuestros padres no nos acompañan porque el domingo duermen. El papá y la mamá de un amigo mío trabajan en un comercio, y nosotros vamos con frecuencia fuera de la ciudad a visitar a nuestros abuelos. ¿Puedes decirles una palabra para que entiendan que es importante que vayamos juntos a misa todos los domingos?

Creo que sí, naturalmente con gran amor, con gran respeto por los padres que, ciertamente, tienen muchas cosas que hacer. Sin embargo, con el respeto y el amor de una hija, se puede decir: querida mamá, querido papá, sería muy importante para todos nosotros, también para ti, encontrarnos con Jesús. Esto nos enriquece, trae un elemento importante a nuestra vida. Juntos podemos encontrar un poco de tiempo, podemos encontrar una posibilidad. Quizá también donde vive la abuela se pueda encontrar esta posibilidad. En una palabra, con gran amor y respeto, a los padres les diría: "Comprended que esto no sólo es importante para mí, que no lo dicen sólo los catequistas; es importante para todos nosotros; y será una luz del domingo para toda nuestra familia".

Alejandro: ¿Para qué sirve, en la vida de todos los días, ir a la santa misa y recibir la Comunión?

Sirve para hallar el centro de la vida. La vivimos en medio de muchas cosas. Y las personas que no van a la iglesia no saben que les falta precisamente Jesús. Pero sienten que les falta algo en su vida. Si Dios está ausente en mi vida, si Jesús está ausente en mi vida, me falta una orientación, me falta una amistad esencial, me falta también una alegría que es importante para la vida. Me falta también la fuerza para crecer como hombre, para superar mis vicios y madurar humanamente. Por consiguiente, no vemos enseguida el efecto de estar con Jesús cuando vamos a recibir la Comunión; se ve con el tiempo. Del mismo modo que a lo largo de las semanas, de los años, se siente cada vez más la ausencia de Dios, la ausencia de Jesús. Es una laguna fundamental y destructora. Ahora podría hablar fácilmente de los países donde el ateísmo ha gobernado durante muchos años; se han destruido las almas, y también la tierra; y así podemos ver que es importante, más aún, fundamental, alimentarse de Jesús en la Comunión. Es él quien nos da la luz, quien nos orienta en nuestra vida, quien nos da la orientación que necesitamos.

Ana: Querido Papa, ¿nos puedes explicar qué quería decir Jesús cuando dijo a la gente que lo seguía: "Yo soy el pan de vida"?

En este caso, quizá debemos aclarar ante todo qué es el pan. Hoy nuestra comida es refinada, con gran diversidad de alimentos, pero en las situaciones más simples el pan es el fundamento de la alimentación, y si Jesús se llama el pan de vida, el pan es, digamos, la sigla, un resumen de todo el alimento. Y como necesitamos alimentar nuestro cuerpo para vivir, así también nuestro espíritu, nuestra alma, nuestra voluntad necesita alimentarse. Nosotros, como personas humanas, no sólo tenemos un cuerpo sino también un alma; somos personas que pensamos, con una voluntad, una inteligencia, y debemos alimentar también el espíritu, el alma, para que pueda madurar, para que pueda llegar realmente a su plenitud. Así pues, si Jesús dice "yo soy el pan de vida", quiere decir que Jesús mismo es este alimento de nuestra alma, del hombre interior, que necesitamos, porque también el alma debe alimentarse. Y no bastan las cosas técnicas, aunque sean importantes.

Necesitamos precisamente esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas. Necesitamos madurar humanamente. En otras palabras, Jesús nos alimenta para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra vida sea buena.

Adriano: Santo Padre, nos han dicho que hoy haremos adoración eucarística. ¿Qué es? ¿Cómo se hace? ¿Puedes explicárnoslo? Gracias.

Bueno, ¿qué es la adoración eucarística?, ¿cómo se hace? Lo veremos enseguida, porque todo está bien preparado: rezaremos oraciones, entonaremos cantos, nos pondremos de rodillas, y así estaremos delante de Jesús. Pero, naturalmente, tu pregunta exige una respuesta más profunda: no sólo cómo se hace, sino también qué es la adoración. Diría que la adoración es reconocer que Jesús es mi Señor, que Jesús me señala el camino que debo tomar, me hace comprender que sólo vivo bien si conozco el camino indicado por él, sólo si sigo el camino que él me señala. Así pues, adorar es decir: "Jesús, yo soy tuyo y te sigo en mi vida; no quisiera perder jamás esta amistad, esta comunión contigo". También podría decir que la adoración es, en su esencia, un abrazo con Jesús, en el que le digo: "Yo soy tuyo y te pido que tú también estés siempre conmigo".


[Al final del encuentro, que culminó con la adoración de la Eucaristía, el Papa dirigió estas palabras]

Queridos niños y niñas, hermanos y hermanas, al final de este hermosísimo encuentro, sólo quiero deciros una palabra: ¡Gracias!

Gracias por esta fiesta de fe.

Gracias por este encuentro entre nosotros y con Jesús.

Y gracias, naturalmente, a todos los que han hecho posible esta fiesta: a los catequistas, a los sacerdotes, a las religiosas; a todos vosotros.

Repito al final las palabras que decimos cada día al inicio de la liturgia: "La paz esté con vosotros", es decir, el Señor esté con vosotros; la alegría esté con vosotros; y que así la vida sea feliz.

¡Feliz domingo! ¡Buenas noches!; hasta la vista, todos juntos con el Señor.


¡Muchas gracias!

domingo, 16 de abril de 2017

Power Rangers


Power Rangers
Contenidos: ---
Reseña: 
Cinco jóvenes estudiantes van a descubrir que no sólo su pequeña ciudad, Angel Grove, sino todo el mundo está al borde de la extinción por una amenaza alienígena. Elegidos por el destino, los jóvenes pronto descubrirán que son los únicos que pueden salvar el planeta. Pero para poder lograrlo deberán superar sus diferencias y unirse como los Power Rangers antes de que sea demasiado tarde.
Recuerdan la serie televisiva Power Rangers, así como la famosa frase de los protagonistas, “A metamorfosearse”, sobre todo los que fueron niños en los 90, que disfrutaron de lo que en realidad era un refrito de una serie japonesa, Super Sensai, añadiéndole secuencias con actores occidentales, y manteniendo los momentos de acción, donde aparecían enmascarados. En 1995 dio lugar a una entrega cinematográfica, Power Rangers, la película, sólo para incondicionales. Ahora que la nostalgia vende más que nunca llega el pertinente ‘reboot’ o reinicio de la franquicia desde el principio.
Saben a poco las apariciones de Bryan Cranston, muy caracterizado, en su rol de mentor, y Elizabeth Banks, a sus anchas como villana. En línea con otros filmes recientes de corte fantástico como Star Trek: Más allá, y La bella y la bestia, se sugiere la salida del armario de un personaje ya conocido anteriormente. Luego la cosa se queda en nada, la mayor parte del público ni apreciará el detalle, pero parece un peaje obligatorio en beneficio de la corrección política que empieza a resultar ya un poco cansino.

Life (Vida)

Life

Contenidos: Imágenes (varias V)
Reseña: 
La historia de seis miembros de la tripulación de la Estación Espacial Internacional que está a punto de llevar a cabo uno de los mayores descubrimientos de la historia de la humanidad: la primera prueba de vida extraterrestre en Marte. Al comenzar a conducir sus investigaciones, sus métodos acabarán teniendo consecuencias inesperadas, y esa forma de  vida probará ser mucho más inteligente de lo que nunca se habría esperado.
Los guionistas de la celebrada –por algunos, no me cuento entre ellos– Deadpool, Rhett Reese y Paul Wernick, entregan una trama que se esfuerza en combinar rigor científico, dar carta de normalidad a lo que se cuenta mostrando a un equipo de científicos que trabaja en la conocida Estación Espacial Internacional, con su fabuloso hallazgo, y sumando de pronto a ello la acción desasosegante de un terrible enemigo que parece imbatible.
Aunque Daniel Espinosa (El invitado) rueda bien, lo que se ve suena a ya visto, a lo que se suma la pega de que pese a contar con un buen reparto, los personajes apenas están desarrollados. 

¿Qué le pasa a la ONU?

   Por    Stefano Gennarini, J.D       La ONU pierde credibilidad con cada informe que publica. Esta vez, la oficina de derechos humanos de ...