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miércoles, 25 de enero de 2017

Las ideas que ha reformulado Obama

Por Juan Meseguer, en Aceprensa, 20-I-2017

El traspaso de poderes en la Casa Blanca está dando que hablar sobre el contraste entre el tono agresivo de Donald Trump y el tacto de Barack Obama. Pero los modales suaves del presidente saliente no excluían el radicalismo por la vía de los hechos. El mismo convencimiento que le llevó a tomar partido por una visión del mundo que en su opinión le situaba en “el lado correcto de la historia”, le impulsó en ciertos temas a limitar en la práctica la libertad de quienes estaban al otro lado.

(Actualizado el 23-01-2017)


La militancia de Obama no debería causar sorpresa. Aunque un presidente declare su intención de gobernar para todos, como hizo Trump tras su victoria, o su deseo de escoger “el propósito común por encima del conflicto y la discordia”, como dijo Obama en su discurso inaugural del 20 de enero de 2009, ya se entiende que cada cual gobernará desde sus posiciones políticas.

Decretos polémicos

El problema, en el caso de Obama, viene de dos frentes. Primero: decía estar a favor del consenso bipartidista, pero no renunció a los decretos presidenciales –órdenes ejecutivas– en temas éticos sensibles, como la financiación pública de las investigaciones con células madre embrionarias; las medidas antidiscriminación por motivo de orientación sexual, a expensas del derecho a la objeción de conciencia; o los “baños trans”.

Es cierto que los congresistas republicanos no siempre pusieron fáciles las negociaciones en otros asuntos que afectaban a su agenda política, como se vio en el debate sobre la reforma sanitaria, que condujo al cierre de la administración en 2013; o en su persistente contestación a cualquier proyecto de reforma migratoria, a las medidas restrictivas de las armas o a la lucha contra el cambio climático. Debates necesarios en los que muchos republicanos se cerraron en banda.

Pero habría que preguntarse si Obama contribuyó al diálogo. El columnista del Washington Post Robert J. Samuelson, que elogia enormemente el legado económico de Obama, le pone un “pero” en ese punto. “¿[La cerrazón] fue culpa de los republicanos que no se apean de sus posiciones partidistas, como dice la Casa Blanca? ¿O fue cómplice Obama, al que sus propias limitaciones partidistas no le dejaban margen de maniobra?”. Y responde: “Quizá de ambos”.

Intervencionismo moral

La segunda cuestión que arroja sombras sobre la militancia de Obama proviene del deterioro que han sufrido la libertad religiosa y de conciencia bajo sus dos mandatos. El caso más flagrante es el del “mandato anticonceptivo”, la norma que pretendía obligar a los empleadores –incluidas las instituciones de inspiración religiosa– a garantizar a sus empleadas el acceso gratuito a los anticonceptivos, la píldora del día después y la esterilización. Y ha habido otras presiones que han afectado a pequeños empresarios, a colegios o a agencias de adopción católicas (ver Aceprensa 23-06-2016).

A diferencia de Trump, Obama se toma muy en serio las llamadas “guerras culturales”. En este sentido, no es un relativista: él sí toma partido y quiere ver a los demás pasarse al “lado correcto de la historia”, como le gusta decir. Es más, es posible que su intervencionismo en estos temas venga exigido en parte por su visión del mundo, que le lleva a presentar sus puntos de vista como exigencias morales para los demás. Este enfoque, al que añade fuertes dosis de sentimentalismo, le ha resultado eficaz para reformular varias ideas importantes.

Igualdad. Obama se declara a favor del respeto a las diferencias. Pero su idea de igualdad excluye que dos realidades distintas puedan ser tratadas por la ley de forma desigual. Olvida que la idea clásica de igualdad ante la ley prohíbe las discriminaciones arbitrarias o injustas, pero no las distinciones basadas en razones objetivas y justificadas. Este principio permitía comprender por qué la institución del matrimonio –caracterizada por unos rasgos concretos– gozaba hasta hace poco de un régimen jurídico diferente al de otro tipo de uniones. Y eso no suponía una discriminación hacia las personas que optaban por un modelo de pareja distinto: los rasgos de su relación eran objetivamente diferentes a los del matrimonio.

Matrimonio. Obama ha cambiado los términos de este debate y lo ha convertido en un problema personal. No le interesa si la institución a la que hasta ahora llamábamos matrimonio tiene unos rasgos u otros. Lo que quiere es que cualquier adulto que desee tener el estatus social y jurídico de matrimonio lo tenga, aunque su relación sea otra cosa. Y da un paso más en la personalización de este debate cuando equipara la discrepancia con su modelo de “matrimonio igualitario” con la falta de amor al prójimo, recurriendo a una especie de chantaje emocional: “Si de verdad hemos sido creados iguales, sin duda nos debemos el mismo amor unos a otros”, dijo en el discurso inaugural de su segundo mandato.

Tolerancia. Con este cambio de perspectiva, Obama no solo está falseando la idea del matrimonio: también está cambiando el significado del debate público. Si la premisa es que quienes se oponen a la legalización del matrimonio gay son personas que no aman a los homosexuales, entonces cualquiera que discrepe de mis puntos de vista en otros asuntos también puede estar actuando de mala fe. La presunción “si discrepas, vas contra mí” rompe la idea clásica de tolerancia, que distinguía entre la obligación de respetar a toda persona y su derecho a expresar sus ideas, de un lado, y el derecho a refutar esas ideas, de otro. Ahora, la única manera de ser tolerante con alguien es aprobar y bendecir sus puntos de vista. Visto así, se entiende por qué discrepar de lo que dice la administración Obama sobre el aborto y otros “derechos reproductivos” es emprender una “guerra contra las mujeres”.

Libertad religiosa. Obama se declara “cristiano”, pero no se adscribe a una confesión religiosa concreta, desde que en 2008 se desvinculó de la United Church of Christ. Lo paradójico es que la libertad que se toma para crear su “religión a la carta” y llevarla a la política, se la niega de hecho a los creyentes que desean actuar conforme a sus convicciones en todos los aspectos de su vida, también en su trabajo. Es verdad que en sus discursos defiende ese derecho: “Los laicistas se equivocan cuando piden a los creyentes que dejen su religión al otro lado de la puerta antes de entrar en la esfera pública”, dijo en 2006. Pero el “mandato anticonceptivo” y otras medidas aprobadas por su gobierno, en la práctica solo conciben el ejercicio de ese derecho dentro de las cuatro paredes de una iglesia.

Estos posicionamientos han motivado el choque entre los obispos norteamericanos y la administración Obama. Pero le han tendido la mano en otros muchos asuntos, que también conforman su visión del mundo: la atención médica digna para todos, la reforma a favor de un sistema migratorio justo, las medidas para combatir la pobreza, promover el empleo y mejorar las condiciones laborales, la atención al cambio climático, los pronunciamientos contra la pena de muerte, su intercesión a favor de los presos de Guantánamo…

Como se ve, el espacio para buscar “el propósito común por encima del conflicto y la discordia” era grande. La pena es que faltase libertad en aquellos ámbitos donde la democracia exigía el disenso. Más que multiplicar la cordialidad, Obama ha enrarecido la discrepancia.

La presidencia de Obama deja una lección para Trump: si aspira a sacar adelante reformas de calado que no sean fácilmente desmontables, tendrá que apoyarse más en el consenso bipartidista. Su intención de transferir el poder “desde Washington al pueblo estadounidense” no puede convertirse en una excusa para agravar la polarización.

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