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domingo, 28 de agosto de 2016

Café Society

Ana Sánchez de la Nieta

Director: Woody Allen
Fotografía: Vittorio Storaro
Intérpretes: Jesse Eisenberg, Kristen Stewart, Steve Carell, Blake Lively, Parker Posey, Corey Stoll, Jeannie Berlin, Ken Stott, Anna Camp, Gregg Binkley, Paul Schneider, Sari Lennick, Stephen Kunken.
96 min.
Jóvenes-adultos. (DS)
Fiel a su público, como cada año por estas fechas, Woody Allen entrega su película. Últimamente Allen alterna el drama romántico con algún tinte existencial con la comedia romántica. Como el año pasado tocó drama (Irrational Man), este año toca comedia.

En Café Society Allen cuenta –un cuento con voz en off de principio a final– la historia de amor entre un joven neoyorkino que viaja a Los Ángeles para comerse el mundo y una chica espontánea y atractiva con un importante dilema afectivo. La cinta, ambientada en Los Ángeles en los años 30, y con el mundo de la industria del cine como telón de fondo es además una carta de amor y desamor al Séptimo Arte reflejado con fina pero mordiente ironía.
El universo Allen está presente desde el primer fotograma. En el fondo –los temas de siempre, la infidelidad, el amor no correspondido, la insatisfacción vital, la religión, el miedo a la muerte–, en los paisajes –Nueva York, los gánsters, los garitos, el jazz–, en la escritura (hay líneas de diálogo conseguidísimas) y en la forma. Una forma que Allen –quizás consciente de que los temas y el discurso es el mismo– cuida cada día más. En ese sentido, la película brilla por una fotografía mimada al detalle, una elegante iluminación y puesta en escena y un vestuario impecable (con guiños sorprendentes como esos contemporáneos calcetines con sandalias que muestra Kristen Stewart).
También como en el resto de su filmografía, desfilan por la pantalla actores tan magníficamente dirigidos que no parece que haya nadie detrás guiándolos. Jesse Eisenberg compone un reconocible alter ego de Allen con un personaje a caballo entre el apasionamiento, la ingenuidad y la torpeza; Kristen Stewart (que está haciendo esfuerzos meritorios para que olvidemos a Bella) consigue dar forma a un personaje mucho más evanescente, y Steve Carell borda su papel de tiburón de los negocios herido por las flechas de Cupido (que en la filmografía de Allen más que flechas parecen misiles).
El problema, como en el resto de la filmografía de Allen desde hace años, es que detrás de esta historia –bien contada, repito– hay poco más que fachada y grandes dosis de nostalgia e insatisfacción. Café Society vuelve a hablar de deseos incumplidos, de un amor que aspira a ser eterno y se queda en la epidermis, de la incapacidad del ser humano para ser fiel y para ser feliz. Pero de todo esto habla sin dramas, con la frivolidad marca de la casa. Y al final, más que aperitivo o postre, Café Society es una espumosa copa de vino blanco. Deleita mientras se gusta… y no deja ningún recuerdo. 
Ana Sánchez de la Nieta

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