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jueves, 9 de junio de 2016

¡Que se puede bailar sin un whisky!


La idea de que parranda y alcohol son un matrimonio indisoluble ha estado anclada en la mente humana desde la antigüedad, al punto de que el propio Cicerón sentenciaba: “Nadie baila sobrio, a menos que esté loco”. Por ello, el ilustre romano se haría un lío al tratar de desentrañar un aparente oxímoron que hoy, en el siglo XXI, es una realidad en auge: la de las fiestas sobrias.
Lo tendría difícil de entender porque en estas celebraciones no solo se baila con absoluto dominio de la razón, sino que se canta, se hace gimnasia, se practica yoga y mindfulness y, al término, en lugar de irse a “dormir la mona”, cada participante se va a su trabajo, a la universidad o a hacer las tareas diarias. Sí, porque las fiestas comienzan temprano, tanto como a las 6.30 a.m.
Un reciente artículo de The Guardian (“La sobriedad es la nueva embriaguez: por qué los millennials están dejando la movida del bar por la del zumo”) da a conocer cómo, poco a poco, más jóvenes se apuntan a la tendencia de divertirse sin que medie una bebida espirituosa. A la caza de experiencias, la publicación británica se coló en Nueva York en una fiesta de este corte, el evento Shine, y allí conversó con universitarios que, en lugar de “un buen whisky”, se deleitaban con un cóctel de nombre impronunciable pero indudablemente más sano, cuyos ingredientes eran zumo de naranja, cayena, jengibre y aceite de orégano.
El factor de la imagen que los jóvenes pueden dar de sí mismos en las redes sociales funciona como un disuasorio ante la posibilidad de caer en la embriaguez
Además de consumir estas y otras “pociones” de nombres tan coloridos como “Purple Rain” y “Dr. Feelgood”, los participantes de una fiesta Shine tienen a su disposición comida, música, películas y tiempos de meditación. El formato, que ya cuenta con una versión en Los Ángeles, se presta para agrupar a multitudes de más de un centenar de jóvenes, muchos de los cuales quieren abandonar el alcohol, mientras que otros desean precisamente no tener que olerlo siquiera.
El éxito está asegurado, pues, por fortuna, la idea de que beber aumenta el atractivo personal o de que es sinónimo de madurez, está perdiendo fuerza ante otras circunstancias. “Puedes tener conversaciones más sustanciosas con otros si no estás distraído por una borrachera”, confiesa un estudiante de máster de 26 años. Y es que tener la cabeza “clara” parece ser hoy, como nunca antes, una necesidad.

Futuro vs. alcohol

En enero de este año, una empresa cuyo nombre asociamos directamente con una lata verde de 330 mililitros, Heineken, publicó un estudio sobre las actitudes de los millennials (los nacidos en las décadas de los ochenta y noventa) hacia el alcohol. La pesquisa, realizada a 5.000 personas de EE.UU., Gran Bretaña, Holanda, Brasil y México, arrojó que un 75% de ellas ya limitan su consumo durante sus salidas nocturnas.
Según la compañía, factores como la imagen que los jóvenes dan de sí mismos en las redes sociales funcionan como disuasorios ante la posibilidad de ponerse como una cuba. Al parecer, sin quererlo, Facebook está aportando su granito de arena, pues el 36% de los entrevistados admite que ha sufrido el “bochorno social” de ver publicada una foto suya en medio de una bacanal.
Por otra parte, el sondeo muestra una evolución positiva basada en las perspectivas de futuro. A un 69% de los millennials les interesa no pasarse de copas porque sienten que deben esforzarse mucho más que sus padres para labrarse una carrera de éxito. Además, un 88% considera que son ellos los únicos responsables de los derroteros que tomará su existencia, y un 71% entiende que sus vidas son mejores cuando moderan su comportamiento.
Es la paradoja: que detrás del cambio de actitud, de este “plantearse en serio el mañana”, están las turbulencias económicas de los últimos años. Citada por The Guardian, una psicóloga clínica, Goal Auzeen Saedi, explica que sus pacientes más jóvenes se muestran cada vez más preocupados por las incertidumbres del futuro, pues “incluso si tienes un grado universitario, eso no te va a garantizar un trabajo de todas, todas”.

Apuntados al “0,0”

A medida que se incrementa el número de los “preocupados” y de los que toman distancia del alcohol y otras drogas, florecen en varios puntos del planeta las iniciativas que, como Shine, hacen que valga la pena mantenerse sobrio.
Iniciativas como “Shine” organizan fiestas multitudinarias en las que se conjugan baile, yoga y barra libre de bebidas no alcohólicas
Entre las más renombradas está Daybreaker, que se define como “una comunidad, una fiesta de baile, un movimiento”, y que ha organizado eventos para entre 400 y 500 personas en varias ciudades de EE.UU., así como en Toronto, Londres y París. El “menú” ofrece a los participantes una hora de yoga, dos horas de baile con un DJ, bebidas no alcohólicas en barra libre y un desayuno, todo por 42 dólares.
Además de estos proyectos, está la labor particular de algunos negocios de restauración que se han salido de la ruta del alcohol y han ganado prestigio por hacerlo, como el Sober Club, de Estocolmo, en el que no se entra sin antes pasar un test de alcoholemia con resultado 0,0; el londinense Redemption Bar y el The Brink Bar, en Liverpool, cuya carta de cocktails incluye entre sus originalidades el “Shampagne”: un elegant batido de lima, flor de naranja, soda, servido en copa de champán; o el “Nojito”, una “refrescante mezcla” de jugo de limas y limonada, con una ramita de menta.
Desde la casa real británica le han llegado elogios, pero “no hay secretos –dice a Aceprensa su manager, Carl Bell–; es solo trabajo duro y ofrecer algo necesario. Vienen personas de todas las edades: la mitad de ellas, gente que ha tenido problemas con las drogas o el alcohol, y la otra mitad, personas que quieren disfrutar del ambiente y tomar algo de comer y beber”.

“Una fiesta horrible”

Otro proyecto de interés, centrado específicamente en los universitarios estadounidenses, es Party.0. Lo lleva adelante Jake White, quien estudió Periodismo e Industria musical en la Universidad de Wisconsin-Oshkosh.
“Yo no bebía –confiesa a Aceprensa–; no tenía interés en el alcohol ni en ninguna droga, y me era muy difícil conocer a gente como yo. Así que pensé en organizar una primera fiesta sin alcohol, pensando que no vendrían muchas personas. Preguntamos a los compañeros de clase qué les parecería una velada en la que hubiera música, baile, con DJ, competiciones, comida gratis y bebidas no alcohólicas, y el 90% dijo que sí, que probarían”.
“Fue la fiesta más horrible de la que puedas oír hablar. Éramos 80 estudiantes en un apartamento pequeño. No podíamos casi movernos, y a los 15 minutos empezó a irse la gente. No fue un buen momento. Entendimos que tendríamos que hacerlo mejor la próxima vez, en un espacio en que se pudiera estar, conocer a nuevos amigos, bailar, comer… Vinieron 150, y les gustó, pues no tenían que marcharse a ningún otro lugar fuera del campus para divertirse. Así comenzó todo”.

Un patrocinio recíproco

¿Cómo funciona la iniciativa?, preguntamos a Jake. “Contamos con patrocinadores locales, negocios que nos pagan esto que hacemos. Quieren crear una buena relación con los estudiantes, y nosotros podemos apoyarlos en eso, mientras que ellos, a cambio, nos pueden ayudar con la financiación. Los estudiantes se enteran entonces de que tal empresa ha hecho posible una fiesta para ellos, una celebración sin drogas, por lo que pueden comprar sus productos. Es un patrocinio de doble sentido.
En EE.UU., el proyecto “Party.0” pretende llevar su modelo de fiestas sin alcohol a los universitarios en los 50 estados del país
”Buena parte de nuestros recursos viene por ahí, por las donaciones, y la mayoría del equipo está formado por alumnos. Nunca hemos pagado por un DJ profesional, por ejemplo, pues tenemos estudiantes que traen el equipo y ponen la música. Además, Pizza Hut, Papa John’s Pizza y RedBull Energy Drink colaboran gratuitamente con la fiestas, que solo me cuestan [como organizador] 25 dólares. Son muy, muy económicas, y para todos los asistentes son gratis: música, comida y bebida gratis”.
Según refiere Jake, las celebraciones de Party.0 son ya una realidad en tres universidades de Wisconsin. Tienen una frecuencia mensual, “aunque a veces, si alguien quiere organizar otra, le enseño a preparar el evento, a gestionar la participación de más de cien personas y la financiación”.
En febrero de 2017, el equipo comenzará un recorrido por todos los estados de la Unión, a una universidad en cada uno: “Explicaremos lo que hacemos, organizaremos una fiesta y saldremos hacia el próximo estado. Para cuando terminemos, habrá fiestas en todos. ¿Nuestro mayor logro? Que les damos a los jóvenes una opción más segura, pues si vienen a la universidad, todo lo que tienen para socializar y para divertirse son fiestas con alcohol. Queremos asegurarles que, sin consumirlo, puedan también conocer a otros estudiantes, y que esta alternativa esté disponible para todos, en cualquier sitio”.
Porque en cualquier sitio, incluidas las universidades a este lado del Atlántico, puede arraigar una idea así de positiva. Solo hace falta un Jake.

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