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domingo, 29 de julio de 2018

Una Europa musulmana dentro de 50 años. El olvido demográfico se paga muy caro.

Volvemos a publicar este artículo de 2016. En Turquía se han radicalizado más.

La demografía es una continuación de la guerra por otros métodos. Esta variante de la famosa definición de Clausevitz resume el discurso sobre natalidad que Tayyip Erdogan dirigió este lunes por televisión a los turcos, especialmente los musulmanes. 
Erdogan los animó a “multiplicar nuestros descendientes”, y sostuvo que “ninguna familia musulmana” debe usar métodos anticonceptivos ni –por supuesto– contemplar la práctica del aborto, que en Turquía es legal durante las primeras diez semanas de gestación. 
El impulsor de la Alianza de Civilizaciones –junto al expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero– habló a la población como un estratega de la guerra cultural, consciente del decisivo papel que la demografía va a tener –está teniendo ya– en la reconfiguración de Europa.
El presidente turco, padre de cuatro hijos, recomendó a las mujeres tener al menos tres, y destacó su papel como madres y educadoras. 
La tasa de fertilidad en Turquía fue de 2,14 hijos por mujer en 2015, justo por encima de la tasa de reemplazo de la población. Aunque sigue siendo una de las tasas más altas de Europa, ha descendido a la mitad desde 1980. Esta es la perspectiva que Erdogan ha tenido en mente, en su arenga natalista televisada.
Para el Fondo de la Población de Naciones Unidas, Turquía no hace lo suficiente por los llamados derechos sexuales y reproductivos. Y para la Unión Europea, el discurso pronunciado este lunes por Erdogan representa justo lo contrario de lo que Bruselas fomenta: una contracepción más accesible, incluido el aborto; unos modelos alternativos a la familia y la crianza natural de los niños por un padre y una madre; unas políticas fiscales que desincentivan la natalidad, inspiradas en un obsoleto pánico malthusiano a la superpoblación.
El discurso natalista de Erdogan pone a Europa frente a su encrucijada más decisiva, que no es el referéndum por la continuidad del Reino Unido en la UE, ni la crisis del euro, sino el desafío demográfico. Turquía no es un país lejano al que se pueda tratar con condescendencia, sino el vecino imprevisible que tiene en sus manos la llave de las esclusas de la inmigración masiva, y un socio al que Berlín y Bruselas tratan entre algodones, cebándolo con miles de millones de euros y mirando para otro lado en la deriva autoritaria de Erdogan.
Lo que Erdogan propuso en su discurso televisado de este lunes es relevante. Su visión es la de una Europa con una hegemonía cultural musulmana, de aquí a cincuenta años. Raad Salam, un experto en estudios árabes islámicos consultado por Javier Torres para Actuallve muy difícil que las comunidades musulmanas se integren en la forma de vida europea.
El momento elegido por Erdogan para formular su visión demográfica también tiene sentido. El presidente turco cree que Europa está madura para un cambio de civilización que conseguirá, por la vía de una colonización pacífica, lo que no se consiguió por las armas en Bizancio y en Lepanto. Envejecida, infértil y relativista, Europa es un blanco fácil. Y el ensañamiento de sus élites dirigentes con Polonia, Hungría o Eslovaquia muestra que está demasiado ocupada en desactivar sus propias resistencias.– V. Gago
[Con información de Reuters, BBC y el Informe de 2015 sobre Turquía, del Fondo de Naciones Unidas para la Población, en inglés]

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