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viernes, 26 de febrero de 2016

Contracorriente (8): Supuestas mutaciones antropológicas.

        Al hablar de mutación no quiero ni siquiera recordar las interpretaciones de la evolución darwiniana, con el determinismo que indirectamente comportan. Aunque cada persona es distinta y libre, comparte la misma naturaleza. Las tendencias fundamentales del hombre son esencialmente semejantes: el varón y la mujer sienten entre ellos atracción física y afectiva; también tienen inclinación al enamoramiento; uno de otra; una de otro. También son semejantes los sentimientos hacia los hijos, ante la fidelidad, la vida o la muerte.

            Llamo mutación de una conducta habitual tendencial a un fenómeno no natural (no procedente de la naturaleza) que, por tanto, en un primer momento ha de ser inducido contra naturaleza o sin contar con ella, presentándose como defecto o carencia.

La mutación es forzadora de nuevos comportamientos, que hasta ese momento no eran admitidos o asimilables a la primera; es generadora de conductas extrañas e incómodas para quien la padece y para quienes le rodean, que sólo pueden sobrevivir y aceptarse  por un cierto acostumbramiento, después de experimentadas numerosas veces. Ese nuevo hábito, generador de acciones, ni procede de la naturaleza humana ni puede mutar a la misma naturaleza, aunque sí podría alterar la personalidad individual. Incluso podría generalizarse, porque si el número de personas que tienen  un comportamiento defectuoso es elevado, el “número” presenta los comportamientos y actitudes con  una cierta “naturalidad”, con una aparente “veracidad”.

            De este modo, se pueden inducir cambios en la personalidad humana y en la sociedad, presentando una actuación como buena y natural y, por tanto, aceptable por muchos…

Mediante imágenes, vía cine o televisión, se puede presentar con naturalidad una conducta no natural. Aunque no sea verdadera, puede tomar la apariencia de verdad, y por tanto de cierta bondad. Por ejemplo, la normalidad de relaciones sexuales entre chicos y chicas a partir de los 14 años, si apareciera en las pantallas con mucha frecuencia y justificándose. O que se tome mucho alcohol, hasta la ebriedad, los viernes por la noche, en la movida de ciudades y pueblos.

Para poder inducir semejantes cambios de conducta y de emociones, se ha de poseer una profunda claridad ideológica, saber adónde se va, y tener un gran poderío propagandístico, es decir de medios de comunicación (sobre todo la televisión  y el cine); inmenso poderío económico e ideológico. En este momento, sólo algunos grupos económicos –por supuesto los estados- disponen de fuerza capaz de sacar adelante comportamientos generalizados.

            Pretendo llamar la atención sobre la necesidad de agentes poderosos para inducir “mutaciones” en la conducta de la persona humana, sobre todo si ya no es a nivel nacional, sino a nivel planetario.

En estos momentos de la historia no podemos pecar de ingenuos. Por ejemplo, todos sentimos respeto hacia las personas con tendencia homosexual, pero muy pocos hubieran creído hace 20 años que fuera “natural” que esas tendencias generaran uniones equiparables al matrimonio. Que la identidad sexual se eligiera. Mucho menos que se llegara a aprobar en diversos Parlamentos, el llamado matrimonio “homosexual”. Y se ha dado todo de golpe, en todos los países, de modo “muy aparentemente natural”, es decir muy artificial.

Tendremos que esperar al transcurso de la historia para conocer bien cada paso de esos movimientos que se han presentado tan cargados de “naturalidad”.

            Aunque lo presento sólo como una hipótesis, pienso en poderes e ideologías muy fuertes en lo económico y político. Y no veo clara una ideología interesada en directo en el favorecimiento de la homosexualidad, porque hay promoción: donna –decía un cartel en una manifestación en Italia- non si nasce, si diventa (mujer no se nace,  se consigue, se alcanza, se elige: la determinación orgánica aparece como no significativa). Tampoco, en la promoción de un cierto enfrentamiento entre sexos, con el feminismo radical. No, no; me parece que, de fondo, todo esto va en dirección a quitar protagonismo a la unión natural del hombre y de la mujer, que lleva al único matrimonio, y a la única familia.

Es evidente que es una ideología que tiene detrás muchísimo dinero porque está moviendo la cultura, el arte, los medios de comunicación, la industria; llega a todos los rincones de la tierra, y sin levantar sospechas hacia nadie concreto. Y lo que está en mente es un proyecto de hombre, de naturaleza humana,  y de sociedad, distintos.

¿Cómo conseguir que las chicas del mundo entero –salvo las de los países subdesarrollados, pobres o musulmanes- vistan del mismo modo? Como el estilo común se marca a nivel mundial por los mass-media, no cabe más conclusión que ésta: ciertos grupos disponen de estos medios a escala global. Tanta concordancia llena de sospecha. Y no creo en el “milagro” de que no haya nadie detrás.

            Los biólogos sabemos que un cambio fisiológico es imposible que se transmita (a eso llamamos mutación), a no ser que proceda o derive de una alteración cromosómica. Esta alteración sí que podría transmitirse por generación. Lo normal es que si un cambio fisiológico no responde a un cambio cromosómico, sea corregido por el mismo cromosoma, precisamente al no encontrarse dirigido por él. Para saber si se da una mutación ha de permanecer y transmitirse por generación.

En este sentido, el mundo de lo humano, del pensamiento, de los sentimientos, modos de actuación, tendencias, etc., resultaría a primera vista más moldeable… Pero sucede lo contrario. La naturaleza humana sólo admite cambios (y es bueno que sea así) en lo accidental. Si, aparentemente, se produce un cambio estructural, en realidad se ha debido a una imposición temporal. Y la naturaleza, el ser humano, se liberará antes o después de ese encorsetamiento a su libertad.

Deseemos que la caída de lo falso o degradado no ocurra con violencia, como en otros momentos de la historia, sino del mismo modo que el aparentemente irremovible “telón de acero”, cuando cientos de millones de seres humanos se liberaron del dirigismo político y moral.

También hemos de esperar, y procurar, que se haga lo suficientemente pronto, para que no se generalice el pensamiento de que, al cambiar leyes esenciales de modo tan rápido por los parlamentos, se pueda inferir que no exista ninguna con carácter absoluto, y que por tanto estén de más las leyes, como los estados que las promulgan. Así se genera el antisistema.

La naturaleza humana rehúye de las imposiciones a medio y a largo plazo, y no acepta las leyes si les falta coherencia intrínseca e interna, o que se apoyan exclusivamente en el poder y voluntad del legislador. Esta pérdida de valoración cívica desencadenaría el caos.



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