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sábado, 4 de enero de 2014

Algunas consideraciones sobre la maternidad y sobre el aborto.

Por Fernando Hurtado, Biólogo molecular, Doctor en Teología

De cara a la especie de debate que hay en la sociedad española sobre el aborto, quiero hacer una aportación sobre este tema. Las consideraciones que hago, es para entender mejor lo que está en juego, QUE ES LA HUMANIDAD DE LA MUJER Y DEL VARÓN.

Cuerpo y alma de madre.

La mujer advierte su llamada a la maternidad cada vez que mira y reflexiona sobre su cuerpo. Es bueno que lo haga, para enriquecerse existencialmente y amorosamente. Acoge con su cuerpo y en su cuerpo, al esposo y al hijo, a la persona. Por medio de ella, el esposo participa en la fecunda tarea de transmitir la vida; después la alumbra, y la deja fuera de sí. Desde que sabe que está embarazada tiene un conocimiento realista de que el hijo no es su cuerpo, sino que toma de su misma vida. El hijo es una vida que vive en ella. Esto conlleva un plus existencial que la perfecciona mucho y esencialmente.

Qué bien sabe la mujer qué es la vida, qué es un hijo, quién es  su hijo. Enseña a valorar al marido el nervio de la creación divina, el valor y dignidad del hombre. La mujer no debe impresionarse al escuchar que es “la responsable” principal,  y la custodiadora del ser humano. Al contrario, se encuentra preparada para esa tarea tan importante; Dios la ha preparado particularmente.

Cuando nazca, alimentará con sus pechos al hijo. Conocía la finalidad material de estas glándulas, pero con la maternidad se hace actual el sentido físico primigenio. Son para el hijo, pensadas para el hijo. No son órganos primordialmente para lucir, o seducir, o para mostrarse sexy, o para mejorar con la cirugía estética.  Son indicadores de su ser mujer-madre.

Toda esa riqueza de significados y relaciones, hacen de la mujer “el  centro de la familia”, y de la vida. Va haciendo donación de sus valores y pertenencias, hasta del cuerpo. Todo lo va entregando. 


Aprender la paternidad.

El varón entiende su paternidad en la maternidad. El hijo que se desarrolla en la mujer es igualmente suyo. Ciertamente ese tiempo entraña una gran conciencia de paternidad por parte del varón,  pero los sentimientos hacia la vida del hijo podrían sean más bajos, incluso “no entrañar complicaciones”.

Por esto, la valoración tan realista de la maternidad por parte de la mujer no conduciría al aborto prácticamente nunca. En caso del varón hay más posibilidades de que sí lo considere desde una “pobre y escasa relación” con la nueva vida, la vida del que es también  e igualmente su hijo. De aquí que toda insistencia sea poca para que la mujer no olvide que ella enseña a ser padre al varón.

Si intencionalmente  la relación sexual con la mujer fuera sólo física; más aún, si no tuviera lazos matrimoniales, le podría resultar difícil de aceptar una realidad con tantas responsabilidades como la paternidad. Por eso no debe plantearse nunca la unión sexual sólo como un momento de placer, sino sobre todo como una relación amorosa, y también en su carácter generativo o procreativo.  Para que la  actitud sea también de respeto y valoración de la grandeza y alcance del acto sexual. Por eso, sólo debería tener lugar en el matrimonio, entre esposos.

Quizá la mayor parte de culpa en los abortos sea la soledad en que se deja a la mujer que ha concebido, quizá sin esperarlo, influida por leyes infames y unos medios de comunicación tantas veces no razonables.  Sola, física y humanamente, suele quedar la mujer: sin apoyos. Y así, rodeada de la frivolidad de tantos, puede experimentar  la tentación del aborto.

Por este motivo, ciertamente si alguien no debe banalizar el acto sexual es la mujer. Debe dejar claro al varón –ya que ella lo percibe mejor- que el acto sexual hace relación al amor y a la vida. Jamás debería unirse a él sin la aceptación de su posible paternidad porque, aunque resulte obvio, no se da nunca exclusivamente la maternidad. Si no existe respeto a la maternidad, por falta de consideración de la propia paternidad, ese varón es inmaduro, y no tiene derecho a unirse sexualmente con una mujer, ni siquiera con su propia esposa.

Los variados efectos del aborto.

Un modelo de astucia –uno entre muchos, aunque todos tienen el mismo patrón- fue el modo cómo presentar la licitud (la bondad civil) del aborto. Sólo en casos extremos; y en un primer momento, sólo en uno: en caso de grave peligro para la vida de la madre. Sabemos la transformación que ha sufrido con el tiempo: las causas se han multiplicado,  aunque se reducen casi siempre, de hecho, al daño “psicológico” en la madre, que suele ser el “producido por una indeterminada carencia de medios económicos”.

Pero no olvidemos una cuestión igualmente importante. Es cierto que con el aborto, físicamente, muere un niño. Pero quizá no se ha considerado suficientemente las otras muchas “víctimas” que produce: la mujer, la madre, la maternidad, la paternidad, el sentido de filiación en la persona, el principio primero de la dignidad humana, el derecho individual y social a la existencia, la confianza y seguridad dentro de la familia con los padres, etc.

Por eso, repitiéndome, para que repasemos,  no podemos eludir estas preguntas a la razón y a la conciencia:

-¿Qué efectos psicológicos produce el aborto en la mujer?

-¿Qué concepto de maternidad puede sobrevivir en ella?

-¿Qué efecto produce en las chicas de hoy la naturalidad con que se habla de la posibilidad de abortar?

-¿Qué efectos psicológicos se dan en el varón, en el padre, en el esposo, sobre todo si no acepta el aborto, porque es tomado fundamentalmente como un derecho de la mujer?

-¿Qué concepto de paternidad sobrevive en él después del aborto?

-¿Qué piensan los hijos, cuando desde muy corta edad están al tanto de este –y de los demás- medio de regulación de los nacimientos?

-¿Qué concepto de padre, de madre, de filiación cristaliza en los hijos?

-¿Qué concepto de paternidad, maternidad, filiación y familia,  se piensa transmitir a las futuras generaciones?

-¿Qué reacciones pueden darse en los hijos cuando conocen que en el ámbito de sus padres estuvo la posibilidad de la no aceptación, incluso de la destrucción, de sus vidas?

Ya sé que da miedo responder a estas preguntas, pero van dirigidas para evitar el golpe devastador para las futuras relaciones humanas esenciales que supone el aborto.

Con un lenguaje forzado y ridículo se defiende como conquista de la mujer. Sobre el aborto se han acuñado fundamentalmente dos acepciones:

-bien es un derecho de la mujer, dentro del derecho a disponer como desee de su cuerpo;

- o es sencillamente la interrupción del embarazo.

¡Cuántos discursos en el mundo político y en el ideológico lo plantean de modo positivo!  ¿Por qué tanto interés en su instauración en todo el mundo?

Si se acepta o no se le combate, el oído y la conciencia parece que se acostumbran a su existencia, y pesa menos su gravedad.

Por esta causa, sin darse cuenta, se está generalizando en muchas mujeres la pérdida del sentido de su maternidad como elemento fundamental y distintivo de su personalidad. Como opinión válida, se genera el pensamiento de que no es para tanto, de que al fin y al cabo la maternidad no es más que un proceso biológico y material; la realización de la personalidad femenina estaría ligada a otros ámbitos mas personales y libres y menos fisiológicos.

Y sería verdad en cierto modo. Para quien la vida humana -que en su origen se desarrolla en el cuerpo de la madre- resulta tan poco trascendente, igualmente de intrascendente le resulta la maternidad. Pero habríamos eliminado uno de los componentes esenciales de la sexualidad femenina, es decir de los elementos diferenciadores de la personalidad.

Recuerdo que caminando por una gran ciudad europea al inicio de la década de los 80, me tropecé con una manifestación de mujeres, más bien jóvenes, que gritaban –porque iban gritando- el siguiente eslogan: “el útero es mío; y hago con él lo que quiero”.

Era una de las expresiones más genuinas y conocidas de los comienzos del feminismo radical. No sólo no se apreciaba que en la procreación cuenta a partes iguales  la mujer con “su útero” y el varón, sino que expresaban la maternidad, sin nombrarla siquiera, como algo con sólo validez orgánica. El embrión, el hijo, sería sólo suyo, una pertenencia; no sólo no tiene nada que ver el varón, sino que la existencia del ser del hijo está de modo absoluto bajo su dominio (como parte de su cuerpo).

Si una mayoría de personas, hombres y mujeres pensaran de ese modo; si ese concepto u opinión fuese tomado como verdadero, entonces ciertamente habría cambiado todo en la humanidad, y por supuesto en la relación varón-mujer. La vida humana se la podría considerar en todos los casos como algo de valor accidental e intrascendente, donde reinaría una tremenda confusión y ceguera de todos los valores humanos, entre ellos el amor.

La terminología ha sido servida, y se ha generalizado: Interrupción voluntaria del embarazo; fecundación “in vitro” como  alternativa; pruebas eugenésicas sobre la salud del embrión para determinar si se permite que su desarrollo siga o no su curso; experimentos con embriones…  

Hago notar el enorme cuidado para no designar a los embriones como personas, ni siquiera como seres humanos. ¡Y en estos sectores, está terminantemente prohibido hasta mencionar el término “derechos del embrión”, que son los mismos que los de las personas nacidas! En Estados Unidos –lo siento si hiero sensibilidades-, en la era Clinton, a pesar de la oposición del Congreso de los Estados Unidos, el presidente vetó más de una vez que los embriones no fueran abortados hasta el mismo momento del nacimiento. No debían ser considerados personas hasta tener más de la mitad del cuerpo fuera de la madre (¡¡¡eso sí que es positivismo jurídico!!!). Hasta ese momento se les podía eliminar. No quiero describir el procedimiento.

Hemos de hablar necesariamente de esto, porque hace especialmente referencia a la armonía de la persona femenina, que es la madre de cada hombre, de cada mujer.

Los efectos del aborto, admitido socialmente, en la afectividad de las mujeres.

Con esos presupuestos,  la afectividad de la mujer hacia el varón-padre, que se encuentra tan ligada con  la tendencia a la maternidad, se deforma inevitablemente, o incluso se pierde. Puede suceder intencionalmente en mujeres que el concepto personal de maternidad sea sustituido por el concepto biológico de reproducción. Para que se produzca ese cambio de valoración no es preciso que se tenga la experiencia personal del aborto, sino basta con que el oído se acostumbre a escuchar sobre el poco valor de la vida humana.

Las tendencias y sentimientos del espíritu femenino sobrevivirán y pueden regenerarse siempre, a pesar de que parezcan estar sumergidas en un olvido psicológico y antropológico.  Pero a nivel general, por el bien y la concordia entre los hombres, se debe de dejar de atacar a la vida y a la maternidad. Aunque no se favoreciera positivamente, es preciso y urgente que se deje de denigrar en la sociedad y en los medios de comunicación. En caso contrario, como  he insinuado antes, habría que temer con razón por la psicología de las generaciones que vienen.

Idea clave: Si se pierde o empobrece el sentido de la maternidad, sucede lo mismo con la afectividad  hacia  los futuros hijos y hacia el varón, padre o esposo.

Y entonces…

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