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domingo, 4 de febrero de 2007

EL AMOR DEFINITIVO


José Luis Mota Garay

Para que surja el amor es necesario un cierto grado de madurez. Es verdad que mucha gente se ha enamorado, o cree que se ha enamorado, cuando era pequeño, porque le gustaba una niña o un niño. La precocidad de algunas personas hace que noten desde muy pequeños la atracción por los niños del sexo contrario. Muchas veces, sin embargo, lo que ocurre es que los niños, como aprenden de los adultos por imitación, dicen o se creen que "son novios".

En los primeros años de la adolescencia (12 y 13 años), los chicos tienen un interés relativo por las chicas, aunque ellas si pueden interesarse más por los chicos, sobre todo por los que son mayores que ellas. Con los 14 años unas y otros se acercan más y se tratan con más soltura. En algunos casos surgen romances que, normalmente, duran semanas o unos pocos meses.

Para enamorarse hay que haber madurado sexual y afectivamente; y como esto no empieza a ocurrir hasta ya entrada la adolescencia (15 y 16 años), esta es la época en la puede surgir el amor. Para los adolescentes más precoces, que maduran antes, puede ocurrir a los doce o trece años.

Estos enamoramientos primerizos son la cosa más natural del mundo. Responden a la incipiente madurez de la sexualidad que se produce en esa etapa de la vida que se llama adolescencia. La sexualidad no se refiere sólo a la maduración de los órganos sexuales, que van a dar la capacidad biológica de procrear, la sexualidad afecta a toda la persona. Desde su aparición en la tierra, el hombre ha sido creado como ser sexuado: mujer o varón. Y puede decirse que, aunque es obvio que se hace presente antes, es en la adolescencia el momento en que esa sexualidad se hace plenamente presente: desde el punto de vista corporal y psíquico. Se es mujer o varón en el cuerpo, y se funciona y se siente como mujer o como hombre.

La existencia de los dos sexos, la atracción entre ellos, y la relación de la unión sexual con la vida –los hijos nacerán de esa unión– son aspectos que existen en la misma naturaleza, pero con la certeza de que son buenos y grandiosos porque son queridos por Dios. Ya en el primer libro de la Biblia, el Génesis, donde se cuenta la creación, dice Dios: "No es bueno que el hombre –refiriéndose a Adán– esté sólo; voy a hacerle una ayuda adecuada para él". Y así creó a Eva. "Entonces dijo el hombre: Ésta si es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se le llamará mujer, porque del varón fue hecha. Por eso, dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán una sola carne. Se va a llamar Eva (madre de todos los vivientes)".

Cuando la sexualidad está ordenada, las personas pueden actuar libremente. Si el sexo no se usa en los términos queridos por Dios, el impulso sexual es tan poderoso que arrastra a la persona y la bloquea para cualquier otro interés o actividad, perdiendo en gran medida el potencial de su libertad. Al ser el impulso sexual, después del instinto de conservación, el más fuerte, si no está ordenado por la inteligencia (sabiendo lo que está bien y lo que está mal), y regulado por la voluntad, suele absorber la atención del que no lo usa bien, para convertirse en un tema que puede ser obsesivo; como pasa con las personas que no piensan en otro cosa o todo lo piensan en términos sexuales: los obsesos sexuales.

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